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200 aniversario del Museo del Prado: Goya, francotirador del dibujo contra la España atroz

El Piñero

ANTONIO LUCAS

El Museo del Prado inaugura, el mismo día en que cumple 200 años, una gran exposición con 300 dibujos del pintor aragonés donde se ve su mirada moderna, tremenda y crítica

El 19 de noviembre de 1819 abría el Museo del Prado con fondos procedentes de las colecciones reales. Era viernes. Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) había adquirido en febrero de ese año la Quinta del Sordo, un caserón cercano a la orilla del Manzanares. En verano comenzó a pintar en las paredes los murales que se conocen como Pinturas negras. El Prado se abrió cuando ya tenía algunas de las 14 pinturas y en la sala que daba acceso a la galería central del museo colgaban otras tres obras suyas: los dos retratos ecuestres de Carlos IV y María Luisa de Parma y El garrochista. Desde el origen el artista y la pinacoteca estuvieron vinculados.

El Prado reúne hoy la mayor colección del pintor, con 150 pinturas, 500 dibujos y la correspondencia con su amigo Martín Zapater. Goya es el más representado de los artistas españoles. Y en ese tiempo de 1819, el más visceral. Aquella estampa de columpios y juegos de campa, de praderas, majas en galanteo y dulces vendimias, eran ya una idealización aplastada de esos años en que la Ilustración pudo ser más que un principio de progreso. La España feroz había ganado el sitio, aplastando cualquier sueño posible.

Goya fue a compás de ese tiempo oscuro y cambió el motivo de sus dibujos (principalmente sus dibujos) dejando rastro de cómo un espíritu de ética y libertad había ido transformándose en la estampa de unos hombres machacándose a garrotazos. Los papeles de Goya son el story board de una época traicionada, pero también la moviola de una forma de entender el arte, desde las reproducciones de juventud (1772-94) de aguafuertes de las obras de Velázquez hasta el Cuaderno de Sanlúcar (1794-95), con algunos dibujos relacionados con el retrato de la Duquesa de Alba de blanco (1795), hasta llegar a los Desastres de la guerra (1810-15) y la Tauromaquia (1814-16). También los últimos papeles que trabajó en los años finales, cuando la vejez y la sordera le habían desconectado del mundo.

Autorretrato de Francisco de Goya.

Autorretrato de Francisco de Goya.

El Museo del Prado reúne 300 de estas piezas en una poderosa exposición: Sólo la voluntad me sobra, de la que son comisarios José Manuel Matilla y Manuela Mena, en colaboración con la Fundación Botín, y abierta hasta el 16 de febrero de 2020. La violencia, la incisión crítica, la dentellada terrible fueron poblando los dibujos de Goya, donde desplegó una galaxia de tullidos, viejas, brujas, ahorcados, asnos con levita y capirotes de la Inquisición. “La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos”, escribió en una de las cartas a Martín Zapater.

Como el hombre no ha cambiado desde el hombre, el dibujo de Goya (aguafuerte, lápiz, sanguina, aguadas…) permanece como un coloquio con el presente. Lo siniestro, lo vulgar, lo incalculable, la corrupción y el ánimo cavernoso mantienen su ímpetu, de otro modo, pero está. También la sempiterna violencia de todos contra todos: “No creo que haya otro artista contemporáneo que aborde la violencia contra la mujer o las desigualdades sociales como lo hizo Goya hace 200 años”. Lo dice Miguel Falomir, director del Prado.

Goya es profundo, contemporáneo, corrosivo. Sus visiones y pesadillas sirven para alumbrar las nuestras. Y a través de los papeles, 300 juntos, se avista otro perfil del pintor: “El de un pensador que saca a la luz todo lo que está oculto bajo las alfombras de la sociedad”, explica Matilla. Es un artista político que no esquiva los avatares de su tiempo y es capaz de pintar un delicado encaje en la misma tarde en que hace un dibujo donde un tipo da de comer a su propia cabeza recientemente decapitada. Eso es una manera de denunciar y una forma de resistencia.

Los títulos de algunas de estas piezas son también la clave de un espíritu alerta: Gran disparate, Otra en la misma noche, Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer, Nadie se conoce… La exposición termina su recorrido con un papel extraordinario, Aún aprendo, sobre la capacidad de progreso. En muchos de ellos hay paranoia, pero también la extrema belleza de quien se propuso no vivir con las piernas enterradas e hizo de su trabajo un recado tremendo. Hasta las entrañas.

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