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La guerra del dinero digital: mañana en la revista #26 con EL PAÍS

El Piñero

En tiempos de aceleración extrema, en los que un virus paraliza en dos meses el mundo, necesitamos agarrarnos a una certeza, pero las reglas del dinero también están cambiando, y con ellas, nuestra privacidad

La historia del dinero es una historia de confianza. Durante siglos, su valor era el del propio medio de pago, el oro u otros metales. Este uso ha quedado fijado en nuestro idioma en la palabra “plata”, que utiliza la mayoría de hablantes del español.

Otras sustancias también sirvieron como moneda. Así sucedió en diferentes épocas con algunos cereales, el té o la sal, cuyo uso en Roma dio origen, según algunas teorías, a la expresión “salario”. Del valor intrínseco del dinero se pasó a un valor fiduciario, un término que procede de nuevo de la palabra confianza. Los billetes no valen nada por sí mismos. Pero quienes los aceptan se fían de que otros los admitirán para saldar deudas.

Primero estaban respaldados por reservas de oro. Después, por una gran autoridad, como el presidente de un banco central. La firma de Mario Draghi que llevan los euros vale, literalmente, oro. Hoy nuevos actores desafían la autoridad de las entidades emisoras. Criptodivisas no respaldadas por ninguna autoridad reconocible son para algunos garantía de libertad y para otros el espejismo de los tulipanes que una vez obnubilaron a los especuladores en Holanda. Una joven empresa, cuyos avales son su enorme valor y sus cientos de millones de usuarios, se atreve a lanzar su propia moneda. Mientras, el efectivo languidece. En China, donde todo llega antes, algunos mendigos piden limosna con un datáfono.

Muchos, como el ensayista Brett Scott, entrevistado en este número, alertan de que la desaparición de ese dinero físico conlleva enormes riesgos para nuestra privacidad. En tiempos de aceleración extrema, en los que un virus paraliza en dos meses el mundo, quizá podamos todavía agarrarnos a una certeza. La llave del dinero en el futurola tendrá aquel organismo, empresa o colectivo de quien nos fiemos. Seguirá siendo una cuestión de confianza.

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