➡️ La ancianita esperó a su hija en la CAPU de Puebla por varios años, y su reencuentro fue en el Servicio Médico Forense
Redacción El Piñero | Corresponsalía
Puebla, México. – María de Jesús, una mujer, una madre que esperaba con ilusión a su hija en la terminal de autobuses CAPU de esta ciudad, se fue de esta difícil vida sin abrazar a quien, en el tumulto del lugar, le sacaba una sonrisa.
La ancianita murió esperando, y no fue sino hasta el lunes 28 de julio cuando la amada hija, radicada en Cuernavaca llegó al Servicio México Forense (SEMEFO) de Puebla a reclamar el cuerpo cansado de su madre.
La muerte, siempre cruel pero muchas veces necesaria en cuerpos vencidos por la edad y la enfermedad, llegó antes que el encuentro entre madre e hija.
El destino quiso que, aún en la tragedia, el abrazo pendiente se cumpliera, al menos simbólicamente.
Este es una pequeña crónica de un reencuentro tardío, pero eterno: La hija de la ancianita que había hecho de la terminal de autobuses su refugio, viajó desde Cuernavaca para despedirse de su madre.
Sin embargo, el cuerpo de María de Jesús Mundo pasó cinco días completos en el Servicio Médico Forense de Puebla, 120 horas aguardando sola, en la fría espera del olvido burocrático, hasta que la amada hija procedente de Cuernavaca pudo finalmente reconocerla, reclamarla y llevarla de vuelta. No a casa, sino a la última morada de la ancianita.
De acuerdo con fuentes cercanas al caso, los trámites para la entrega del cuerpo de María de Jesús se prolongaron por cinco días debido a requisitos legales y procedimientos internos del SEMEFO.
Fue hasta la noche del lunes 28 de julio cuando, luego de la identificación oficial, su hija —de identidad reservada por respeto— logró llevársela. El último viaje. Uno acompañado en las profundidades del dolor.
Una reflexión necesaria.
¿A cuántos adultos mayores olvidamos? ¿Cuántas veces la distancia —geográfica o emocional— deja a los nuestros solos en los momentos más cruciales?
María de Jesús no es un caso aislado. Es un espejo. Uno donde se refleja la soledad en que muchos ancianos viven y mueren, aun teniendo familia.
Hagamos conciencia. No dejemos que el reencuentro llegue tarde.
Que el amor no tenga que cruzar ciudades ni papeleos para decir “te reconozco, te recojo, te recuerdo”.