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El café preferido de cada uno; “La dicha de perder el tiempo”

El Piñero

Luis Velázquez

01 de septiembre de 2017

 

EMBARCADERO: Quizá uno de los lugares más simbólicos, luego de la casa donde se viva, es el café… Y, desde luego, cada quien y cada grupo de amigos y afines tiene un café preferido… “Nos vemos en la oficina” dicen algunos… “Nos vemos en la casa bis” exclaman otros… Y así cada generación va trascendiendo, entre otras cositas, por el café… En la provincia de México, por ejemplo, siempre se ha dicho que en cada ciudad hay un café donde todos los días, en las mañanas, se reúnen los reporteros… Y como los políticos ya los tienen ubicados, entonces, suelen programar sus desayunos en el mismo café y de pronto, zas, se hacen los aparecidos y un enjambre de diaristas y una mancha de grabadoras les caen encima… Pero también hay escritores y poetas que eligen el café… Por ejemplo, siempre se ha dicho (y nadie lo ha desmentido) que el poeta Ramón López Velarde escribió su famoso poema “Suave Patria” de corridito en un café el 24 de abril de 1921, con motivo del centenario de la consumación de la Independencia… Por aquellos años, en Nueva York, el poeta Juan José Tablada siempre iba a un café y a mano escribía las sabrosas crónicas sobre la vida neoyorquina que enviaba al periódico “El Universal” de México, donde las publicaban… En París, los escritores latinoamericanos solían reunirse en un café a la orilla del río Sena, porque, era además, el centro de reunión de los escritores del mundo que por ahí andaban… Desde un café en París, Gabriel García Márquez miró caminar en la banqueta de en frente a Ernest Hemingway del brazo de una hermosísima francesa y salió corriendo a su encuentro… Pero se detuvo y le gritó: “¡Maestro!”, y Hemingway le reviró de la siguiente manera: “¡Adiós, amigo!”… Fue la única ocasión en que, digamos, se encontraron…

 

ROMPEOLAS: Recién llegado a Paris, a García Márquez le dijeron que todas las tardes, a las 6 en punto, Julio Cortázar solía llegar a un café, siempre, siempre, siempre, a escribir, y siempre en la misma mesa, pues una leyenda popular dice por ahí que en cada café los comensales siempre se sientan en la misma mesa y en el mismo rincón… El Gabo llegó antes al café aquel y esperó al cronopio argentino… Cortázar llegó y se fue a la misma silla y la misma mesa que ocupaba y que hasta se la tenían reservada… Pidió un café, abrió un cuaderno escolar, tomó un lápiz y se puso a escribir, sin levantar la mirada para husmear ni tampoco sin tomar el café… Deslumbrado, García Márquez se redujo a mirarlo y admirarlo, sin atreverse a interrumpirlo en medio de la fascinación aquella… Hipnotizado, ahí se quedó… Cortázar estuvo dos horas escribiendo sin mirar el mundo a su alrededor, pagó la cuenta y se retiró y el Gabo seguía hipnotizado… Más hipnotizados quedaron los comensales del café Tacuba, en la Ciudad de México, cuando el 25 de junio de 1936, los pistoleros de “La Mano Negra”, con sede en Alto Lucero de Paquita la del barrio, asesinaron al gobernador electo de Veracruz, Manlio Fabio Altamirano Flores, y Miguel Alemán Valdés lo sustituyó en el poder… Y en la famosa Zona Rosa, de la Ciudad de México, había un café donde todos los días se reunía uno de los grupos de escritores más famosos del país, entre ellos, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez, José Emilio Pacheco y Luis Guillermo Piazza y el pintor José Luis Cuevas… De todos ellos, el playboy y galán era Cuevas, famoso, además, porque organizaba fiestecitas en su casa a la que todos asistían por el número insólito de mujeres bellas que desfilaban como en una pasarela, dispuestas a la aventura, el romance y el desliz… Una de ellas, por cierto, dejó un recado en el buró a uno de ellos cuando a las 5 de la mañana se retiró de su departamento y que decía: “¡Qué bueno que hay hombres como tú para mujeres como yo!”…

 

ASTILLEROS: En París, todos los días Hemingway llegaba a una librería-café únicamente para esperar a que se apareciera Ezra Pound, quien para entonces era un escritor consagrado que Hem (así llamaban sus amigos a Hemingway) deseaba conocer… Juan Rulfo era un escritor introspectivo, callado, silencioso, melancólico y huraño… Por ejemplo, cuando iba a una reunión de escritores y/o de amigos, siempre se sentaba en un rincón, de espaldas a la pared, para mirar el mundo… Un día, se topó con otro escritor, García Márquez, que era igual, y quien para entonces estaba deslumbrado con la novela “Pedro Páramo”, que solía recitar de memoria en páginas enteras… Y luego de presentarse, el Gabo le invitó un café para, digamos, le dijo, escapar de ahí… Y se fueron a un café en una plática alucinante sobre literatura hasta que los meseros, dormitados, cansados de la faena laboral, les dijeron que debían cerrar… León Felipe, el famoso poeta español exiliado en México gracias a Lázaro Cárdenas, tomaba su cafecito en la misma mesa en el viejo café de “La Parroquia”, en la avenida Independencia… Por ahí también llegaba Renato Leduc (“La dicha inicua de perder el tiempo”) vestido con overol, cargando su máquina de escribir portátil que luego colocaba en la mesa, pedía un lechero y una canilla y a darle a la tecla, con la misma intensidad y pasión como cuando fue telegrafista de Pancho Villa… El escritor Roberto Blanco Moheno (“Un son que canta en el río”) se pasaba horas y horas ante un café que se enfriaba en “La Parroquia”… En el hotel Diligencias, Salvador Díaz Mirón tomaba café todas las tardes hasta cuando una vez pasó un tipo, lo insultó así nomás, el poeta de la melena de león sacó la pistola, lo siguió y lo mató y terminó, claro, en la cárcel… En la invasión norteamericana, el escritor y cronista, Jack London, se emborrachaba en Los Portales del puerto jarocho y luego iba al café del Hotel Diligencias, acompañado de una cortesana, para tomar un cafecito negro cargado, y subir a su habitación… El político Mario Vargas Saldaña solía tomarse cuarenta cafés diarios, siempre platicando, intercambiando barajitas, con reporteros de la fuente política… Un café, entonces, es la segunda casa de la mitad de la humanidad y de la otra mitad, será por el sazón, el grano, la cafetera, el pan de la casa, la atención de los meseros, el precio, será porque cada cliente se siente a gusto y lo tratan hasta mejor que en casa…

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