Por: José Murat | La Jornada
Muy grave, que la cumbre climática de Belém, Brasil, en plena selva amazónica, la COP30, haya concluido el 21 de noviembre sin acuerdos sustantivos. A diferencia de otros encuentros precedentes en la materia, nada que celebrar: ningún compromiso concreto, con medidas viables de los países que más contaminan. Más grave aún es la indiferencia letal que la comunidad internacional muestra ante el fracaso de uno de los esfuerzos globales para revertir, o cuando menos atemperar, el ritmo de aumento de la temperatura del planeta.
Pese a la hospitalidad y calidez del gobierno anfitrión, que encabeza el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en contraste con la hostilidad de su antecesor ante políticas ambientalistas, el fracaso de la cumbre climática estaba anunciado desde el principio: no asistió la primera economía mundial y el principal foco de contaminación del orbe, Estados Unidos.
También extraña que de parte de México no haya asistido, además del gobierno –que sí lo hizo–, un representante del partido político que tiene como principal postulado de doctrina la defensa del medio ambiente, los equilibrios de la naturaleza. Fue un encuentro mundial, precisamente para hacer el diagnóstico del estado del planeta, el balance de las políticas aplicadas hasta el momento y consensuar nuevas medidas con el fin de alcanzar los objetivos trazados.
Por lo pronto, el principal objetivo de la Cumbre de París de 2015, ratificado por 195 países, que es evitar que la temperatura del planeta se incremente más allá de 1.5 por ciento respecto a los parámetros preindustriales, está rebasado, lo cual debiera concitar la preocupación y la acción mundial, no la autocomplacencia de los líderes mundiales, locales y la población en general. Ese límite de aumento se definió con asesoría científica para reducir los impactos más severos del cambio climático, como olas de calor más intensas, aumento del nivel del mar y pérdida de biodiversidad. Para lograrlo, la comunidad de naciones se comprometió a reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, alcanzando emisiones netas cero para mediados del siglo XXI. Esto implicaba, e implica, una transición hacia fuentes de energía renovables, mayor eficiencia energética y cambios en el transporte y la agricultura.
Este límite, algo que deberíamos deplorar todos y poner manos al asunto, se rompió precisamnte el año pasado. En 2024, la temperatura media global en superficie superó en 1.55 °C la media del periodo 1850-1900, según el análisis consolidado de los seis conjuntos de datos realizado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), diagnóstico coincidente con el de la Oficina Meteorológica Británica, una de las agencias de monitoreo ambiental más acreditadas del mundo.
Otro indicador grave es el aumento inusitado del nivel del mar. Según un estudio de la NASA, en 2024 el nivel medio global creció más de lo previsto, alcanzando un alza de 0.59 centímetros en comparación con el año anterior. Esta elevación es superior a la tasa que se había augurado, de 0.43 centímetros. El incremento total registrado en los 31 años de datos satelitales del nivel del mar es ahora de 10.5 centímetros. El aumento del nivel del mar está directamente relacionado con el calentamiento global, fenómeno que provoca el deshielo de los glaciares y la expansión térmica del agua de mar.
La razón fundamental del calentamiento y sus efectos concomitantes no es geológica, sino humana: los países más industrializados no han cumplido sus metas de reducir la emisión de sustancias tóxicas, y a ello se han ido sumando las economías emergentes. En 2024, según la OMM, las concentraciones de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, alcanzaron niveles récord, contribuyendo al calentamiento global y auspiciando el año más cálido en la historia reciente. El promedio global de dióxido de carbono atmosférico fue de 422.8 partes por millón, superando el récord del año pasado, que fue de 420.0 partes por millón.
Para reducir las emisiones, no deberían desestimarse propuestas de vanguardia, como la de Bjorn Lomborg, presidente del Copenhagen Consensus Center, de fomentar la innovación tecnológica, lo cual requiere incrementar la hoy ínfima inversión de las potencias mundiales. Este connotado defensor del medio ambiente observa que el mundo desarrollado gasta menos de 4 centavos por cada 100 dólares del PIB, unos 27 mil millones de dólares, menos de 2 por ciento del gasto ecológico total, cuando debía incrementar esta cifra, al menos hasta unos 100 mil millones de dólares al año, para ser aplicados en distintas vertientes, como innovar la energía nuclear de cuarta generación con reactores pequeños, modulares y homologados o impulsar la producción de hidrógeno verde junto con la purificación del agua o investigar la tecnología de baterías de última generación, el petróleo libre de CO₂ obtenido a partir de algas, así como la extracción de CO₂, la fusión, los biocombustibles de segunda generación y miles de otras posibilidades.
En suma, no debiera haber ninguna causa superior para los seres humanos de todas las naciones e ideologías mas que defender la viabilidad de la casa común de todos, la Tierra. Reducir el calentamiento global no es una opción, es un imperativo de vida. No lo olvidemos nunca, no hay plan alternativo, los seres humanos no tenemos un planeta b.






