Fernando Paredes Porras
40 días pasaron entre la primera función de la Guelaguetza, el lunes 23 de julio del 2012 donde Felipe Matías Velasco declamara el saludo y poema Flor de Piña y el día de su muerte, el primero de septiembre.
40 días donde se visibilizó masivamente el cariño que le tuvo a Tuxtepec, al estado de Oaxaca y la cultura de la cuenca del río del Papaloapan.
Testigo de este reconocimiento de cuarentena, Eréndida Armas Aguirre estuvo con él, con el atuendo que Felipe le pidió, tal cual vistió su abuela y demás señoras de antaño, con el traje de jarocha sotaventina de la cuenca alta del río de las mariposas. El lunes del cerro y el 29 de julio en el foro conocido como “el pañuelito”, donde Felipe fue reconocido como “patrimonio Cultural Viviente de Oaxaca”, Eréndida simbolizó la raíz cultural jarocha, la cual Felipe amaba.
Y es que un 4 de junio de 1939 en el barrio de la piragua, sobre la avenida Independencia, parían a Felipe Matías Velasco teniendo de fondo, – cuenta que así le decía su madre- , las notas del son jarocho llamado “el Balajú”.
Y tuvieron que pasar 26753 días para que a los 73 años, dos meses y 28 días se abriera el portal con las notas del mismo son “el balajú” y en un fandango realizado en el centro de Tuxtepec, el primero de septiembre del mismo año 2012, sobre la calle Morelos entre las avenidas Libertad y Carranza, Felipe dejara su existencia humana para reintegrarse a la fuente. Esa noche Eréndida no pudo acudir, para cuando llegó a la clínica, el paro cardíaco había detenido el corazón-tarima de su maestro y padre cultural.
Felipe Matías Velasco durante sus últimos 40 días de humana existencia, no sólo dejó mensajes claros de su visión su amor por Tuxtepec y la cuenca, además creó el cierre del conjunto de símbolos de los cuales nos proveyó para leer, comprender, respetar y amar a esta región. Felipe inventó sin proponérselo, una serie de códigos que tejieron el huipil más hermoso, el de los recuerdos ligados a los ancestros, dejando semillas por doquier para adorar a la divinidad desde el asombro creador y el agradecimiento.
En 40 días, los últimos de su humana existencia, Felipe Matías Velasco creó su pieza artesanal más bonita, compleja y enigmática, su poema más sentido y la crónica más intensa: su despedida, su regreso y su siempre estar.