➡️Cuando nadie creía que una niña mazateca pudiera llegar a la universidad, Gilda llegó a la UNAM… y ahora vuelve para sanar donde nunca hubo médicos.
➡️Gilda lo tuvo todo en contra: fue mujer, indígena y pobre… pero nunca se rindió
➡️ Desde el pueblo que la vio nacer, Playa Chica, empezará desde cero, con lo básico: un escritorio, su computadora, una báscula y una cinta métrica. Poco, sí, pero suficiente para lo esencial: cuidar la vida.
Por: Roberto POLO | El Piñero
Cuenca del Papaloapan.- Ni en sus mejores sueños, Gilda Salvador Eslava —aquella niña que, para llegar a la secundaria, debía cruzar el río en una chalupa a las cuatro de la mañana y caminar descalza cuarenta minutos entre el lodo en temporada de lluvia— imaginó convertirse en doctora, y mucho menos egresar de la máxima casa de estudios del país, la UNAM, como médica internista.
Gilda, originaria de Playa Chica —una pequeña comunidad indígena de Jalapa de Díaz, en el norte de Oaxaca, donde no existe ninguna instancia de salud— recuerda que ver morir a tantas personas, entre ellas familiares y vecinos, la impulsó a prepararse.
Para aquella niña de escasos recursos, terminar la secundaria ya era un desafío enorme; lograrlo parecía tan inalcanzable como intentar tapar el sol con un dedo. Así de difícil era conquistar cualquier meta educativa, sobre todo en un país donde ser mujer, ser indígena y ser pobre siguen siendo clavos que pesan en una misma cruz.
A punta de sacrificios —de esos que duelen en el estómago y en el alma—, con la economía reducida a un suspiro, Gilda fue avanzando. Pero no lo hizo sola. Una familia humilde, con carencias propias, la arropó con cariño verdadero y la acompañó en su cruzada por terminar la secundaria. Y entonces, como si el universo hubiese escuchado su anhelo se abrió el COBAO. Así, como una aparición. Y allí, en ese recién nacido plantel, Gilda siguió adelante y terminó el bachillerato.
Gilda recuerda que, para continuar persiguiendo ese sueño que parecía inalcanzable —el de superarse—.Con su hermana mayor como guía y cómplice, tomó una decisión valiente: partir a la Ciudad de México para enfrentar sus miedos, sus limitaciones y esos estereotipos que, como cuchillos silenciosos, cavan inseguridades profundas.
En otro mundo —el de la capital del país—, donde los rascacielos y la modernidad contrastaban brutalmente con los campos, la tierra y el olvido de su pueblo mazateco, Gilda, como pudo, con esfuerzo y tenacidad, logró abrirse paso y entrar a la UNAM.
Cuenta que fueron cinco años de licenciatura en Enfermería, siete años y medio de Medicina General y otros cuatro dedicados a la especialidad en Medicina Interna. A lo largo de ese camino —largo, arduo, exigente— enfrentó severas carencias económicas, pero siempre con el objetivo de regresar a Jalapa de Díaz y salvar vidas.
Hoy, de regreso a la tierra que la vio nacer, Gilda vuelve con el respaldo de la academia y la experiencia adquirida en hospitales de la gran urbe. Comenzará de nuevo, con lo mínimo: un escritorio, su computadora, una báscula y una cinta métrica. Pero con eso basta para lo esencial: brindar atención digna a su gente.
Y lo hará rompiendo la barrera del idioma, en su propia lengua: el mazateco. Porque solo así se puede comprender a fondo y generar verdadera confianza con los suyos, quienes han sido víctimas del abandono institucional, históricamente mal diagnosticados y obligados a enfrentar múltiples enfermedades, muchas veces, a merced del destino.
Sabe bien que hay un hospital próximo a inaugurarse, pero que enfrentará la carencia de personal médico que hable mazateco. Ante la pregunta expresa de este reportero, Gilda responde sin titubear: si su ayuda es requerida, acudirá con gusto. Por su pueblo, siempre.
Para la señora Silvestra Gerónimo, tener una doctora en Playa Chica es motivo de orgullo, sobre todo al conocer las muchas dificultades que Gilda ha enfrentado a lo largo de su vida.
También sus vecinas celebran que Gilda ya esté ofreciendo consultas en una comunidad donde siempre fue necesario contar con una doctora, pues nunca habían tenido la oportunidad de recibir atención médica, viviendo constantes desgracias sin quien las auxiliara.
Así, Gilda da inicio a otro de sus sueños: ser quien evite que los suyos queden sin atención, compartir con ellos el conocimiento que ella adquirió a costa de grandes sacrificios. Porque como ella, en este país, hay muy pocas; se pueden contar con los dedos de una mano