Noventa Grados
Morelia, Mich.- En la guerra cruenta que lidian los diferentes cárteles del crimen organizado por adueñarse del mercado del trasiego de las drogas, los métodos para infundir temor, miedo, terror, cada vez son más atroces y en las principales ciudades de Michoacán, sobre todo las ubicadas en el Bajío, Tierra Caliente y Centro, es más recurrente que en las calles, brechas o sendas, se hallen cuerpos desmembrados o descuartizados.
Las escenas son dantescas: piernas por un lado, brazos por otro, troncos y cabezas humanas diseminadas o amontonadas en sitios visibles para todos, para que el mensaje, casi siempre del Cártel Jalisco Nueva Generación, se entienda y sea claro.
Pero esto no es nuevo: cuando se intensifica la lucha por el control de Michoacán y sus rutas para el narco y una vez acotado el Cártel del Milenio, surge La Familia Michoacana con un “sentimiento” de arraigo en su tierra y por supuesto, sin el ánimo de dejar que ningún otro grupo se apropiaba de su territorio.
Sin embargo, La Familia Michoacana si bien tenía el apoyo del Cártel del Golfo, no pensó que sus aliados en ese momento, Los Zetas, buscarían su independencia a sangre y fuego y eso causó que a partir de 2006 también llegaran a Michoacán los temibles Kaibiles, ex miembros de élite del Ejército guatemalteco entrenados por Estados Unidos para acabar con la guerrilla de aquel país centroamericano.
La guerra entonces se intensificó: por un lado La Familia Michoacana buscó el apoyo de los Kaibiles para luchar en contra de Los Zetas, también integrados por ex tropas élites desertoras del Ejército Mexicano que vieron en el narco una mejor manera de hacer dinero rápido.
Todo comenzó un 8 de mayo de 2006 cuando en Apatzingán era asesinado y decapitado Héctor Espinosa Bautista, abogado y empresario, yerno de la coordinadora estatal del grupo parlamentario del PRD en el Congreso de Michoacán, Maricruz Campos Díaz.
Hasta donde se supo del caso, las primeras averiguaciones apuntaron a un ajuste de cuentas del crimen organizado, pues el occiso se dedicó a defender legalmente a personas acusadas de delitos contra la salud.
Y de ahí todo cambió: los decapitados y descuartizados se convirtieron en la nota de la mayoría de los medios de Michoacán y es que al día, en un momento dado, se registraban hasta cuatro casos de este tipo.
Ahora, 13 años después, estos métodos de terror regresan a la entidad como parte de la narcoviolencia que hasta para los especialistas se les dificulta hallar una explicación a este fenómeno pero coinciden en que los desollamientos, los desmembramientos, las decapitaciones, buscan sobre todo sembrar el terror entre la población, enviar mensajes a los enemigos y eventualmente pulverizarlos en sus estructuras físicas, morales y de poder.
Los variados modos de tortura aplicados por los cárteles mexicanos de la droga –que generalmente terminan en la ejecución de las víctimas– se realizan con instrumentos rudimentarios, lo que, según los especialistas, habla de un retorno al “salvajismo más primitivo y sanguinario”, extendido ya a todo el país.
La mutilación, el desollamiento, la lapidación o la decapitación, son sólo algunos de estos procedimientos que se realizaban en distintas épocas y lugares. Hoy son retomados por el crimen organizado y se han vuelto tan comunes que ya conforman una expresión más de la llamada cultura del narcotráfico, analizaba hace 13 años la historiadora Evelyn Valle Contreras, especialista en métodos e instrumentos de tortura.
En ese momento, 2006, declaraba a la revista Proceso: “Actualmente, México atraviesa por una etapa de salvajismo muy primitivo y sanguinario que se suponía superado. Y la prueba es la alarmante escalada de torturas que realizan los cárteles de la droga”.
A los especialistas nos llama la atención que con las ganancias multimillonarias que deja la droga, los cárteles utilicen instrumentos tan arcaicos como el mazo, el palo, el hacha o el cuchillo”.
En ocasiones incorporan la electricidad o los ácidos, que vinieron a suplir al aceite y al agua hirviendo. Pero por lo general, sus métodos e instrumentos son muy arcaicos. Ahí está el ejemplo de los cadáveres encontrados en Tamaulipas, que fueron torturados y masacrados a mazazos”.
La gran innovación que han hecho los cárteles mexicanos es aplicar la mutilación a una o varias personas, para luego matarlas y dispersar sus partes desmembradas en distintos sitios. Ya nos acostumbramos a escuchar que aparecieron cabezas en bolsas de plástico, brazos en un baldío o piernas desmembradas en alguna calle”.
De este modo, en el caso de Michoacán, fueron Los Zetas y La Familia, los que establecieron este sanguinario lenguaje con el que complementaron sus tradicionales y brutales fórmulas de comunicación: ejecuciones al amparo de la noche y de los caminos solitarios y apariciones de cadáveres con leyendas sobre chivatazos y otras traiciones.
Solo hay que recordar el caso de Uruapan, el 7 de septiembre de 2006, cuando decapitaron a cinco hombres y lanzaron sus cabezas dentro de una discoteca atestada de gente.
El defensor de los derechos humanos Víctor Clark apunta que la historia negra de los narcos y sus sicarios es cada vez más violenta: “ahora prefieren dejar cadáveres desmembrados para garantizar que el mensaje llegue a todas las esferas de poder, a fin de marcar sus territorios frente a otros carteles y las propias autoridades. Además, la saña y la audacia incrementan la cotización de los sicarios”.
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