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Diario de un reportero: Vivencias periodísticas, manotazos de los jefes trabajar estresado

El Piñero

•La tinta crea adicción

Luis Velázquez

DOMINGO

Manotazo del jefe

El oficio de informar se aprende de la siguiente manera: Era el 20 de octubre de 1968. Aquel año de los movimientos estudiantiles en París, Checoslovaquia, Estados Unidos y México. Jacqueline viuda de Kennedy se casaba con el magnate naviero, Aristóteles Onassis, en la isla de Skorpios.

Un hijo de Onassis resumió la boda de la siguiente manera:

“Mi padre adora los apellidos y Jacqueline adora el dinero”.

En la modesta y sencilla sala de redacción del periódico La Nación, en la ciudad jarocha, el reportero de guardia, Héctor Fuentes Valdés, leyó el cable y lo envió a portada, en la parte inferior, a una columna.

Pero al día siguiente, el gerente, Antonio de la Miyar, enfurecido, molesto, encabritado, llegó a la sala de la redacción y enfrentó a Héctor Fuentes con rabia e indignación porque la boda de Jacqueline y Onassis era la de 8 columnas en la portada y con foto gigantesca.

Y de paso, soberanas mentadas de madre y que eran su política laboral en el trato con los reporteros, “mis trabajadores”, decía.

Fue una de las primeras lecciones para Héctor Fuentes. Así, a base de chingadazos habría de aprender el oficio periodístico.

Una, claro, la mirada social del reportero. Otra, la de los dueños.

LUNES

Escuelas de Periodismo

En su vida trabajó en nueve periódicos, cinco, ya desaparecidos. Uno, La Nación. Dos, La Noticia. Tres, El Sol Veracruzano. Cuatro, la revista Basta. Y cinco, la revista Cambio.

En el mejor de los casos, uno que otro permanecieron unos veinte años en el palenque público. Pero, ni modo, el destino los alcanzó.

Fueron, sin embargo, las mejores escuelas de formación reporteril. Más, porque en los cinco desaparecidos, y en los otros cuatro, laboraba doble. Como reportero y en la sala de redacción.

En la mañana, Héctor Fuentes gastaba la suela de los zapatos buscando información. Y en la tarde/noche, hasta la madrugada cuando la rotativa imprimía la edición del día, desgastando la columna vertebral en la sala de redacción. La redacción de las notas y la chamba editorial.

Nada educa tanto en el oficio como la sala de redacción. Una misma noticia se mira y calibra y valora desde ópticas diferentes. El trascendido, la relevancia, la importancia de una noticia respecto a las demás.

Incluso, hacia la hora del cierre de la edición un hecho singular puede ocurrir y cambiar la portada.

La bilirrubina en su esplendor.

MARTES

La mirada filosa

De sus años de periodista recuerda, por ejemplo, la mirada hipnotizante de Fernando López Arias, gobernador de Veracruz, ex procurador de Justicia de la nación con su amigo, el presidente Adolfo López Mateos, tiempo cuando encarcelara al gran líder ferrocarrilero, Demetrio Vallejo, y al pintor muralista David Alfaro Siqueiros, en el Palacio Negro de Lecumberri.

López Arias era bajito de estatura, quizá un poquito menos que Napoleón. Era moreno moreno. Y tenía una mirada electrizante, fría, calculadora, donde nunca el interlocutor sabía lo que estaba pensando.

En el periódico Excélsior lo entrevistaron en su tiempo de Procurador y la noticia fue publicada en portada a 8 columnas con fotografías única y exclusivamente de sus manos. Sus manos hablaban. Gesticulaban mucho. Y era categórico y determinativo.

En el movimiento estudiantil del 68, ya gobernador, ordenó que le llevaran al palacio a los dirigentes de la Universidad Veracruzana. Y les dijo:

“Se calman o los encarcelo”.

Y la misma noche del dos de octubre, los encarceló.

MIÉRCOLES

Trabajar estresado

El salario como reportero de Héctor Fuentes apenas, apenitas, alcanzaba para comer unos días en el mercado popular y en donde era cliente asiduo.

Y otros días, en las cantinas, donde en aquel tiempo, con una cerveza daban un caldo sabrosísimo que a veces era de pescado y otras de pollito.

Con la segunda cerveza daban unos taquitos, siempre tres, y que significaban el banquete más sabroso de todos los restaurantes.

Y con el par de cervezas y el caldito y los tres taquitos se iba al periódico a una chamba que iniciaba hacia las 4 de la tarde y terminaba a las dos, tres de la mañana.

En la cena, el salario apenititas alcanzaba para una torta, unas veces con un refresco y otras con un vaso con agua.

Era así la vida.

Fascinante el oficio reporteril. Siempre corriendo atrás de la noticia. Siempre obsesionados con ganar las 8 columnas y/o una exclusiva de primera. Siempre con el estrés en su más alto decibel temiendo que la competencia, los otros, los demás, nos ganen la nota y uno quede exhibido.

Siempre trabajando a deshoras y sin pago de horas extras. Siempre buscando las noticias malas. El olor a pólvora y a sangre. El olor a golpes de Estado, cuartelazos, asesinatos de políticos, feminicidios, traiciones, deslealtades.

Lo peor de la naturaleza humana.

JUEVES

La tinta crea adicción

En el segundo tramo del siglo pasado, quizá desde antes, se decía frase memorable para definir el oficio. Quien por vez primera huele la tinta de un periódico se vuelve adicto.

Era una forma para definir la vocación reporteril. La obsesiva obsesión de contar historias.

Fascinaba andar en la calle buscando noticias. Encantaba teclear en la sala de redacción en abierta competencia con los demás. Pero más, mucho más, embriagaba el olor a tinta.

En aquel tiempo, por ejemplo, el novelista Albert Camus, quien apenas iniciaba en la literatura, era jefe de Redacción, primero, y luego, director editorial del periódico Combat.

Y cada noche se iba a talleres para platicar y convivir y aprender más del oficio con los compitas.

Más aún, para seguir oliendo la tinta. Incluso, llegó a decir que en las venas de un reportero circula más sangre que tinta.

Con la gente de taller, Camus era dichoso y feliz. Todas las noches cenaba con ellos. Reaprendo el oficio, decía, pues, entre otros, los linotipistas de la época eran maestros de gramática y redacción, muchos mejores que los académicos y mucho mejores que el reportero más fregón.

VIERNES

Vivir en dos mundos

El reportero suele vivir dos mundos en un día. El mundo de la realidad y el mundo de la ficción.

La ficción: codearse con personas y personajes de primer nivel, por ejemplo, un alcalde, un gobernador, un diputado, un secretario de Estado.

Incluso, regodearse con ellos y quizá, hasta ser reconocido y exaltado, halagado, ponderado. Un desayunito. Una comida. Una cenita. Copitas. Guiskazos.

La realidad: después de la faena laboral regresar a casa, la esposa, un hijo enfermo, quizá. Una consulta: mil pesos. Las medicinas, unos dos mil pesos. Grave, gravísimo si de pronto, el familiar necesita operación.

Sueldos bajos, precarios, cada quincena hacer milagros para llegar, antes, mucho antes de salir corriendo al Monte de Piedad para empeñar el único patrimonio, si es que lo tuvieran, como el anillo matrimonial.

La ficción: la gloria de las 8 columnas en portada. La realidad: el salario insuficiente.

Quizá por la misma razón, José Pagés Llergo, el mítico director fundador del semanario Siempre!, aseguraba que únicamente los neurasténicos abrazan este oficio como causa superior de vida.

Y, sin embargo, el más fascinante.

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