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Diario de un reportero: las viejas redacciones; feroz pelea por exclusivas

El Piñero

 

Luis Velázquez

24 de junio de 2017

 

DOMINGO

Las viejas redacciones

 

Nada más fascinante como las viejas salas de redacción de los periódicos. En ellas vibraba la pasión pura, frenética, intensa, atrás de la noticia. Los reporteros eran amigos entrañables, pero en la búsqueda de la exclusiva, los más feroces adversarios. Cada uno luchaba por ganar y conservar un espacio. Y ganarlo, además, cumpliendo con los ejes rectores del periodismo. Uno, el rigor informativo, y dos, la calidad literaria.

En el rastreo de la información, cada uno era feroz, implacable e impecable. Capaz de todo. Como por ejemplo, cuando el joven reportero Julio Scherer García quiso viajar a una parte del continente para cubrir un golpe de estado. Y en el periódico Excélsior enviaron a otro.

Entonces, Scherer se avino de recursos vendiendo un cuadro pictórico (de algún famoso) que colgaba en la sala de su casa. Luego, pediría disculpas a sus padres y también a los jefes en el rotativo, digamos, por su desobediencia, y a quienes de entrada les envió su primera crónica.

En aquel tiempo era la pasión desaforada por la noticia, así fuera en el otro extremo del mundo. “La eternidad de un día” le llamó un reportero alemán. Pero al mismo tiempo, la gloria (aunque sea efímera, como toda gloria) del momento que pasa frente a uno y lo sigue y persigue.

 

LUNES

Excélsior, una república

 

Muchos años después cuando don Julio Scherer llegara a la dirección del periódico Excélsior fue ferozmente escrupuloso para enriquecer la mirada de los reporteros.

Por ejemplo, en la tropa reporteril llamaban a Excélsior… “la otra república”, porque la plantilla periodística estaba formada por un reportero originario de cada una de las entidades federativas del país.

31 estados, 31 reporteros, donde cada uno conocía su estado al dedillo y lo que significaba un plus fuera de serie para cubrir la información como enviado especial en algún hecho social connotado.

Scherer iba por delante de todos los medios y hubo decenas, cientos, miles de ediciones en que el diario fue publicado con 4, 5, 6 enviados especiales al mismo tiempo, reporteros, incluso, que se habían iniciado en sus estados y lo que les permitía un grado superior de información, relaciones y contactos.

Por eso Excélsior se convirtió en un periódico de referencia en América Latina, pero también en el mundo, a la altura de los más prestigiados. The Washington Post y The New York Times, Liberación, Le Monde, etecé, etecé.

 

MARTES

El mejor reportero y el más vil

 

Carlos Denegri fue reportero, cronista y columnista de Excélsior. Había estudiado la primaria, la secundaria, el bachillerato y la universidad, en un país diferente. Hablaba ocho idiomas. Escribía y publicaba dos columnas diarias, además de una crónica, una entrevista o un reportaje.

En aquella vieja redacción, el periódico se tecleaba en linotipos con que se elaboraban las galeras con los textos impresos y luego se iban formando en la mesa galera por galera.

Denegri solía llegar todas las noches hacia la una de la mañana, cuando los linotipistas tecleaban sus textos, para él mismo volver a revisarlos, primero, para evitar errores “de dedo”, y segundo, para de ser necesario, corregir de nuevo una palabra, una frase, una oración, y/o en todo caso, agregar un dato de última hora, soñando siempre con mejorar el contenido y ganar la primicia.

Vivía obsesionado con la pulcritud de su texto.

En misiones periodísticas le dio la vuelta al mundo en varias ocasiones.

Julio Scherer decía que Carlos Denegri era el mejor reportero de su tiempo, pero al mismo tiempo, oh paradoja, el más vil.

Un fin de año, hacia la madrugada, su pareja lo mató de un tiro por la espalda.

 

MIÉRCOLES

Feroz pelea por ganar las 8 columnas

 

En aquellas viejas e inolvidables salas de redacción existía una feroz, implacable pelea por ganar las ocho columnas de la portada del periódico.

Y quizá el ícono nacional que desde entonces, la segunda parte del siglo pasado, jamás ha sido rebasado está en la historia de Luis Spota, novelista, columnista y reportero.

El mismo día en que Spota ingresó a Excélsior se ganó las ocho columnas con una exclusiva.

Pero, oh paradojas y sorpresas de la vida, durante 44 días ininterrumpidos se estuvo llevando la noticia principal del diario a la que tanto querían que llegó a conocerse como “la princesa”.

Incluso, parecía que Spota sólo escribía ocho columnas.

Una de ellas, por ejemplo, fue la entrevista con el escritor alemán, Bruno Traven, cuya identidad siempre estuvo oculta, porque a él mismo le gustaba pasar por incógnito en la vida.

Spota era amigo de una hermana del presidente Adolfo López Mateos y que al mismo tiempo ella era amiga de Bruno Traven.

Y la hermana del presidente lo llevó con el escritor autor de más de treinta libros, muchos de ellos, sobre la vida indígena y rural en México, siempre al lado de las causas justas.

 

JUEVES

Agarrones con linotipistas

 

Se vivía una pasión frenética, cierto, por ganar la exclusiva, pero de igual manera, por escribir mejor y lo que llegó a conocerse como el periodismo literario.

El reportero escribiendo crónicas y reportajes como si fueran cuentos y novelas, de tal forma que la realidad parecía mezclada con la ficción. Historias que eran reales, pero parecían irreales, arrancadas de la literatura.

Por ejemplo, lo más vergonzoso que experimentaba un reportero era que, de pronto, en la sala de redacción apareciera un linotipista con las cuartillas de un original en la mano y buscara al reportero que la había escrito y delante de todos le dijera que tenía un error gramatical, una frase mal escrita, una palabra mal usada en su significado.

Y entre el linotipista y el reportero se daban un agarrón estelar, con permiso del jefe de Redacción, la autoridad máxima.

Eran batallas estelares por el conocimiento del idioma, pero también por la limpieza literaria con que se escribía.

Además, batallas que debían durar unos minutos y en unos minutos ponerse de acuerdo, porque siempre, siempre, siempre se luchaba contra el tiempo.

Y, claro, ganar al linotipista estaba en chino.

 

VIERNES

La grandeza de un reportero

 

Cada reportero sabía que una exclusiva es una exclusiva y que por ninguna razón se comparte… con nadie, ni siquiera, vaya, con una amiga reportera que fuera compañera de vida.

Sin embargo, el celo periodístico se imponía y la disputa entre los reporteros eran hazañas estelares.

Es más, en un instante de aquel periodismo de pronto los reporteros que se resistían a compartir una noticia, una exclusiva, una entrevista, les llamaban “chacales” y lo que significaba la peor ofensa, pues, además, era motivo para el racismo, la exclusión y la xenofobia.

Y no obstante, la grandeza de un reportero estaba en resistirse a compartir su noticia, así se volviera “un llanero solitario” que de pronto, ni modo, terminaba en “un llanero solitito”.

Pero como decía el filósofo Diódoro Cobo Peña, maestro imborrable en la vieja y amada facultad de Periodismo, “los grandes hombres siempre andan solos”… que ya después las circunstancias suelen cambiar.

Y es que únicamente con exclusivas (exclusivas en su más alto significado, tanto por la trascendencia y magnitud del hecho como por la vigencia), un trabajador de la información se proyecta.

Y si la amada amante jamás se comparte, menos, mucho menos, las ocho columnas.

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