Luis Velázquez | Escenarios
20 de mayo de 2021
UNO. Encuentro con el Diablo
El presbítero del pueblo era muy bragado, audaz y temerario para ganar almas en su feligresía. Por ejemplo, siempre alardeaba que tenía el secreto para que los incrédulos del cielo y del infierno tuvieran un encuentro con Luzbel.
“Echado pa’lante”, cuando estaba frente a un agnóstico lo retaba de manera abierta y sin ambages ni rodeos para encontrarse con el diablo.
Un día, un chico aceptó el desafío.
DOS. Cita en la madrugada
El sacerdote le dijo que el encuentro con Luzbel habría de darse a medianoche, en la cueva de un rancho en un pueblo rural.
Incluso, le dibujó el mapa y fijó la hora, las dos de la mañana, en tal rancho y en tal pueblo y bajo una serie de observancias como, por ejemplo, trasladarse a pie, apenas, apenitas alumbrado con una veladora en el momento estelar.
En ningún momento, el curita condicionó al muchacho que fuera solo, y por eso mismo, habló con dos amigos para que con la sana distancia lo acompañaran, digamos, unos diez minutos después y siguiendo el mapa de referencia.
TRES. Viaje al infierno
El día de la cita, el chico pidió la bendición al cura y hacia las diez de la noche agarró camino a su destino.
Iba también con el par de amigos, compañeros de la escuela y del deporte, el basquetbol que jugaban en la cancha parroquial.
En coche llegaron al pueblo. Y de ahí pa’lante, a caminar, cuidándose y pendientes a través del celular, el whatsapp y los mensajes cibernéticos.
CUATRO. Nunca Luzbel apareció
El chico llegó a la cueva y se adentró unos cuantos metros, los suficientes para estar cerca de la entrada y lamparearse con el par de amigos.
Y dieron las dos y las tres y las cuatro de la mañana, nunca Luzbel apareció, ni siquiera, claro, con las famosas palabras mágicas de convocatoria entregadas por el sacerdote.
Era la madrugada cuando la luz del día se asomaba por ahí y los tres chicos decidieron retirarse.
CINCO. Perdió la fe…
El chico aquel encaró al sacerdote. Y le dijo que lo había timado, estafado y engañado, los tres verbos juntos, avasallantes.
El curita “se lavó las manos”. Dijo que sin duda había cometido un error. Pero el joven se mantuvo firme, inalterable.
Incluso, fue el día cuando perdiera la fe en los llamados Ministros de Dios y nunca se volvió a parar en una iglesia el resto de su vida.
Tampoco el par de amigos.
Nunca abrazaron otra religión. Tampoco se volvieron ateos. “Soy católico a mi modo” decían.
Pero de la iglesia católica y apostólica, nada. “Entre más lejos, mejor” aseguraban.
SEIS. Ocurrencia genial
Nunca nadie ha visto a Luzbel. Tampoco a Dios, salvo aquel Sumo Pontífice que una madrugada cuando tenía insomnio se levantó para buscar agua en la cocina del Vaticano y en el pasillo solitario se topó con Dios y se pusieron a platicar… antes del amanecer.
Aquel presbítero con sus locuras seniles pronto fue ahuyentando a la feligresía y de pronto, únicamente iban a misa las señoras de la séptima y octava década, algunas de la llamada Acción Católica Mexicana, y quienes creían en la iglesia a ciegas y llamaban herejes y apóstatas a los incrédulos.
Y ante tantas mafufadas los jóvenes también se fueron retirando, buscando nuevas experiencias a tono con la edad que alcanzaban.
El encuentro con el diablo quedó como una ocurrencia genial de la juventud que se iba…
