“Lo único seguro en la vida es la muerte y pagar impuestos” es una frase que, en diferentes formas, unos atribuyen a Daniel Defoe y otros a Benjamin Franklin, pero deberíamos añadir un tercer vértice a esa información: contar historias sobre la muerte. El final de la vida y lo que hay o no detrás de ella es algo que nos acompaña desde que el ser humano es consciente de su propia existencia, y las reflexiones en torno a la muerte han impregnado a todas las artes, desde diferentes ópticas religiosas, filosóficas o mundanas. Es, junto al amor, el tema que siempre nos acompaña.
Paralelamente, muchos han sido los que se han preguntado qué pasaría si el ser humano lograse esquivar a la muerte. La inmortalidad ha sido desde el principio de los tiempos esa meta inalcanzable que ha inspirado mitos y, por supuesto, numerosas obras de ficción. ¿Qué pasaría si lográsemos vivir para siempre? ¿Sería una bendición o una condena? El último autor que se plantea estas cuestiones es Martín Caparrós, que en Sinfín nos lleva a un pueblo perdido de la Patagonia en el que, en el año 2070, es el único lugar de la Tierra donde todavía existe la vejez y la muerte.
Si, como afirmaba Schopenhauer, “desear la inmortalidad es desear la perpetuación de un gran error”, muchos autores han explorado esos posibles errores. En Las intermitencias de la muerte, José Saramago imagino una sociedad en la que la parca, por razones en principio desconocidas, deja de actuar. Las consecuencias de todo tipo, desde financieras a espirituales, de esta ausencia de la mortalidad están muy lejos de conformar una sociedad utópica. Desde otro punto de vista, en Cero K Don DeLillo nos asoma a un futuro inmediato en el que, en una localización oculta, algunos elegidos son sometidos a tratamientos de criogenización ante la inminencia de una tecnología que permita a estas élites volver a la vida, esta vez para siempre.
Otros autores se han valido de este anhelo humano por perdurar más allá de sus límites naturales para otro tipo de fabulaciones. En Los inmortales, Manuel Vilas nos propone una galería de personajes elegido para la inmortalidad que son descubiertos en el año 22011 a través de un manuscrito. El húngaro Gabi Gleichmann, por su parte, nos propone en El elixir de la inmortalidad un viaje a través de ocho siglos de la historia de la humanidad de la mano de la familia Spinoza, guardianes de la fórmula de un brebaje que asegura la vida eterna.
Sobre la inmortalidad, de una manera más tangencial, también nos habla La invención de Morel, la obra en la que Bioy Casares imagina a un científico es capaz de reproducir la realidad en un bucle infinito, de manera que la misma semana se repite una y otra vez. Su amigo Jorge Luis Borges también jugó con el concepto de la inmortalidad a través de las distintas capas que contiene su relato El inmortal, incluido en El Aleph. Simone de Beauvoir también se enfrentó ante la posibilidad de la no muerte en Todos los hombres son mortales, obra en la que a través de un personaje que recibe ese don nos enfrenta al vacío que le produce ser lo único que perdura mientras todo lo demás muere.
La ciencia ficción, como no podía ser de otra forma, ha planteado muchas hipótesis en torno a la lucha contra la muerte. En El hombre bicenternario, Isaac Asimov plantea un viaje distinto, el que va de la inmortalidad de un robot a la condición humana, que reclama tras haber sido capaz de desarrollar sentimientos. En Los que sueñan, Elio Quirog se plantea un futuro en el que la vida continúa en un entorno virtual, mientras que el mundo físico se encuentra en descomposición. Aldous Huxley, por su parte, cargó de mordacidad su Viejo muere el cisne, en el que un millonario estadounidense paga a un médico para que alargue indefinidamente su vida.
Fuente : http://www.noreste.net/noticia/en-busca-de-la-vida-eterna-diez-libros-sobre-la-inmortalidad/