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Escenarios: Historias sórdidas

El Piñero

 

Luis Velázquez

25 de enero de 2018

 UNO. Historias sórdidas

 

Hay en los penales de Veracruz historias sórdidas. Canijas. “Prueba de fuego” de la naturaleza humana. La vida, llevada a la crueldad y la barbarie más alta y que alcanza a niños, adolescentes y jóvenes. Las siguientes son algunas:

–¿Cómo te llamas?

–Pedro.

–¿Cuántos años tienes?

–Catorce.

–¿Por qué estás aquí?

–Por asesino.

–¿Qué hiciste?

–Maté a mi padrastro.

–¿Por qué?

–Porque violó a mis dos hermanas.

–¿Cuántos años tienen tus hermanas?

–Una diez y la otra once.

–¿Cómo fue?

–Mi padrastro era muy borracho y cada vez que llegaba a casa y mi mamá no estaba las violaba.

–¿Trabaja tu mamá?

–Sí, es chacha en las casas.

–¿Y cómo mataste a tu padrastro?

–Durante varios días lo anduve cazando. Lo esperaba en casa a que llegara borracho. Un día llegó, violó una vez más a una de sus hermanas y se quedó dormido.

–¿Y luego?

–Luego tomé un hacha que me prestó un amigo y lo maté a puro hachazo limpio.

–¿Cuántos hachazos le diste?

–Seis. Seis Hachazos.

–¿Te arrepientes?

–¡No, nunca me he arrepentido!

 

DOS. “Aquí, en el penal, soy feliz”

 

–¿Cómo te llamas?

–Martín.

–¿Cuántos años tienes?

–Quince.

–¿Por qué estás aquí?

–Por ladrón.

–¿Qué te robaste?

–Pan.

–¿Pan?

–Sí, pan. Me robé tres piezas de pan.

–¿Por qué?

–Tenía hambre.

–¿Mucha hambre?

–Tenía dos días sin comer.

–¿Y qué tiempo llevas aquí, en el penal?

–Dos años.

–¿Dos años por robarte un pan?

–Dos años.

–Por ese delito puedes salir hoy mismo.

–Sí, pero no me quiero ir.

–¿Por qué no te quieres ir?

–Porque soy homosexual.

–¿Y eso qué tiene que ver?

–Aquí todos los días me cogen. Los presos hacen cola en mi celda. Y soy feliz.

 

TRES. “Maté a mi madre y un hermano”

 

–¿Cómo te llamas?

–Efraín.

–¿Cuántos años tienes?

–Quince.

–¿Por qué estás aquí?

–Por asesino.

–¿A quién mataste?

–A mi madre y a un hermano.

–¿Seguro?

–Seguro.

–¿Por qué los mataste?

–Me tenían hasta la madre.

–¿Por qué?

–Porque me ponían apodos y se burlaban de mí.

–¿Por qué no hablaste con tu mamá para que le bajara?

–Porque ella misma me ponía los apodos.

–¿Y con tu padre?

–Mi padre nunca se metía. Es muy borracho.

–¿Cómo los mataste?

–Poco a poco.

–¿Cómo fue?

–A cuchilladas. Con el cuchillo de la cocina.

–¿Y cómo los mataste?

–Uno por uno. En la madrugada, cuando dormían.

–¿Cuántas puñaladas les diste?

–Muchas. Cada puñalada era una forma de vengarme.

–¿Los mataste el mismo día?

–¡No! Uno por uno.

–¿Nadie se dio cuenta?

–¡Nadie! Todo lo calculé bien.

–¿Estás arrepentido?

–¡No! ¡Nunca me he arrepentido!

–¿Qué apodos te pusieron?

–No se los puedo decir. Me lleno de odio si los recuerdo.

 

CUATRO. La Santa Muerte

 

–¿Cómo te llamas?

–Luis.

–¿Cuántos años tienes?

–Dieciséis.

–¿Por qué estás aquí?

–Maté a mi hermano.

–¿Por qué lo mataste?

–La Santa Muerte me lo ordenó.

–¿La Santa Muerte?

–Sí, la Santa Muerte. Yo creo en ella.

–¿Pero cómo fue?

–Ella me dijo que mi hermano me estaba robando el dinero que tenía guardado en la casa.

–¿Qué dinero?

–Yo trabajaba y tenía mi dinero. Estaba ahorrando.

–¿En qué trabajabas?

–Trabajaba.

–¿En qué?

–Trabajaba. Me reservo mi derecho a decirlo.

–¿Cómo mataste a tu hermano?

–Le pegué un tiro en el corazón.

–¿Usabas pistola?

–Usaba.

–¿Y tu padre?

–Mi padre me denunció.

–¿Odias a tu padre?

–Lo odio.

–¿Y tu mamá?

–Mi madre se puso a llorar.

–¿Y no te dio lástima tu mamá?

–¡No! Mi hermano era un desgraciado. Todos los que roban merecen la muerte.

 

CINCO. “Quería saber qué se siente matar”

 

–¿Cómo te llamas?

–Alfredo.

–¿Cuántos años tienes?

–Quince.

–¿Qué hiciste?

–Maté a un amigo.

–¿Por qué?

–Porque quería saber qué se siente matar.

–¿Cómo?

–Sí. Todos los días miraba películas y series en la televisión donde todos se matan. Y son felices. Y quería saber lo que se siente.

–¿Te gustó, fuiste feliz?

–Disfruté cuando lo mataba. Luego cuando vi el cadáver me puse triste.

–¿Te arrepentiste?

–No sé todavía.

–¿Cómo lo mataste?

–Con una pistola.

–¿De quién era la pistola?

–De mi padre.

–¿Tu padre te dio la pistola?

–¡No, no! Yo la tomé de su cuarto donde la guardaba.

–¿Cuántos años tenía tu amigo?

–Trece.

–Tú eres muy alto para tu edad.

–Sí. Y mi amigo era chaparrito.

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