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Escenarios: Reporteros narcos en Veracruz

El Piñero

 

Luis Velázquez

26 de marzo de 2015

UNO. “¿La verdad aunque duela?”

El gobernador padece desdén por los reporteros asesinados en su mandato constitucional. En vez de entender las circunstancias sociales del hecho, emites juicios. Y así, sentencia:

Que el hondureño Edwin Rivera Paz asesinado el 9 de julio de 2017 en Acayucan…

Y Cándido Ríos Vázquez, asesinado el 22 de agosto en Juan Díaz Covarrubias…

Y Gumaro Pérez Aguilando, asesinado el 19 de diciembre en Acayucan… fueron ejecutados porque eran ‘halcones” de los narcos, y en ningún momento por su labor periodística.

Desde luego, es la misma tesis de Javier Duarte para explicar y justificar los crímenes de trabajadores de la información en el sexenio anterior.

“No hay que exagerar” intituló el periódico Notiver del sábado 24 de marzo la nota de AVC Noticias en que el gobernador se refirió a los crímenes de 5 diaristas en su bienio.

Incluso, y para acabar pronto, que el crimen de Cándido Ríos sucedió cuando “estaba con un líder de un grupo delincuencial”.

Simple y llanamente, dijo, estaba con un líder de los Zetas en la región.

Dijo, además, sobre Gumaro:

“Gumaro no era ningún periodista. Eran un halcón de la delincuencia. El no tenía labores periodísticas. Tenía labores de comunicación con la delincuencia”.

Y sobre el camarógrafo hondureño, Edwin Rivera:

“Era un señor que venía huyendo de Honduras y lo mataron en Acayucan. ¡Qué grave! Pero lo mataron no por actividades de periodistas”.

 

DOS. Mucho tiempo después… 

Mucho tiempo ha corrido desde el crimen del hondureño Edwin Rivera Paz en Acayucan.

Del 9 de julio del año anterior a la fecha, 7 meses y días.

Y apenas ahora, el jefe del Poder Ejecutivo lanza su verdad, cuando el nombre de Veracruz cabalga en el mundo como “un rincón peligroso para el ejercicio reporteril” luego de Siria, igual que en el duartazgo.

Se entendería, digamos, que en nombre de la discreción, y dados los antecedentes que ahora el góber revela, cerraron el asunto, antes, mucho antes, digamos, de satanizar a los muertos.

También se derivaría que las razones de los crímenes de Edwin, Cándido y Gumaro fueron dejadas atrás, porque otros asesinatos flotaron en el carril político, social y mediático.

Nadie descartaría que dado el asesinato número cinco de personas dedicadas al oficio periodístico, además de ser taqueros, ha pesado y entonces, el manotazo de Yunes, poniendo su palabra ante la realidad.

 

TRES. La calumnia a Buendía

 

Tampoco puede soslayarse la versión oficial de todos los tiempos. Un ejemplo:

En el segundo año de Miguel de la Madrid, el columnista Manuel Buendía, autor de la prestigiada columna “Red Privada”, fue asesinado por la espalda el 30 de mayo de 1984.

Desde las entrañas del aparato gubernamental, vía la secretaría de Gobernación,  Manuel Bartlett Díaz titular, se desató una campaña sucia y lodosa en contra de Buendía.

Entre otras cositas, por ejemplo, un día publicaron en el periódico Excélsior de Regino Díaz Redondo una “exclusiva” donde aseguraban que al columnista lo habían asesinado por un pleito de homosexuales, al grado de que publicaron un poema de amor escrito por Buendía, ajá, a su pareja gay.

Meses después, y ante la protesta de los trabajadores de la información, Antonio Zorrilla Pérez, director de la Federal de Seguridad, dependiente de la secretaría Gobernación, fue detenido y encarcelado acusado de la autoría intelectual de Buendía.

Además, claro, de que el homicida físico también quedó tras las rejas.

 

CUATRO. Ni una palabra sobre Ricardo Monluí

 

Ninguna palabra refirió el gobernador sobre el asesinato del reportero Ricardo Monluí Cabrera, asesinado en Yanga el 19 de marzo de 2017, delante de su familia, luego de que desayunaran en un restaurante local.

Un año y una semana después, el homicidio sigue en la impunidad, con todo y un detenido, de cuyo proceso penal nada se conoce.

En el camino fue enlodado de malos pasos en el gremio cañero, donde tantos crímenes impunes se han dado de dirigentes en la gran disputa, se afirmó, por el dinero de las cuotas cañeras.

 

CINCO. La punta del iceberg y nada más

 

Nada mejor que la transparencia y la rendición de cuentas por más y más amarga que sea la realidad.

Y desde luego, documentados los hechos.

En el caso, nadie duda de la palabra de un gobernador, pero cuando en tiempo electoral, además del quinto asesinato de un trabajador de la información denostado porque era taquero, se sacan las barajitas del as de la manga como conejos, caray, otro sentido adquieren las palabras.

Y más que explicaciones fundadas parecen justificaciones.

Mucho tiempo de silencio, por ejemplo, se dejó pasar con el asesinato del hondureño Edwin Rivera en Acayucan.

Y más porque el sacerdote José Alejandro Solalinde Guerra, director del albergue “Los hermanos en el camino”, con sede en Ixtepec, Oaxaca, y una sucursal creada en Acayucan, el peor infierno de los migrantes de América Central en su paso por Veracruz, se ocupó del crimen, y la yunicidad ni una palabra de respuesta.

Silencio total.

Y ahora, siete meses y tres semanas después, el góber levanta la mano y dice, de manera escuela, sin aportar mayores datos, que lo mataron “porque venía huyendo de Honduras, pero no por actividades de periodista”.

 

SEIS. Fiscal “pasó de tueste”

 

En el tiempo de Ronald Reagan como presidente de Estados Unidos, irritado, molesto, con la crítica periodística, solía lanzar a los periodistas de la fuente la siguiente pregunta:

“¿Estás conmigo o estás contra mí?”.

Ni con él ni en contra, simplemente, un reportero es un contador de historias.

Y en el caso, resulta paradójico que de los cinco reporteros asesinados en la yunicidad, cuatro están satanizados.

Dos eran “halcones”.

Otro, “huyendo de Honduras”, sin que Yunes especificara las razones de su huida.

Y el último, Leobardo Vázquez, taquero.

La Fiscalía de pasó de tueste. Y más, porque incluyó la satanización en el comunicado oficial de prensa.

Por lo pronto, Ricardo Monluí Cabrera se salvó del diluvio azul.

 

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