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Expediente 2019: El secretario poderoso de Veracruz

El Piñero

Luis Velázquez

20 de junio de 2019

El secretario de Seguridad Pública, SSP, es el más poderoso del gobierno de Veracruz. Desde Javier Duarte fue encumbrado como ultra contra súper ministro. Jefe de las corporaciones policiacas y de la Fuerza Civil. Jefe de los veinte penales. Jefe de las delegaciones de Tránsito en los 212 municipios.

Montón de intereses políticos, económicos y sociales que se cruzan y entrecruzan.

Por eso, cuando el sábado 15 de junio un automóvil Nissan Tsuru fue abandonado frente al reclusorio de Coatzacoalcos con 3 bolsas llenas de restos humanos significó un calambre, cierto, para el alcaide y los custodios.

Pero también para el titular de la SSP.

Todos los días, los carteles y cartelitos, la delincuencia organizada y común, los malandros que llegaron de otras entidades federativas, muestran el puño y el músculo al titular de la SSP. Y retan y desafían.

Y más porque el manejo de las policías y de los penales y de las delegaciones de Tránsito significan “a ojo de buen cubero” un ingreso millonario incalculable.

Además, y como reza la versión popular, las negociaciones y componendas con los malosos de todo tipo.

Bastaría referir, por ejemplo, que un médico secuestrado en Veracruz y un reportero en Boca del Río solo estuvieron plagiados menos de 48 horas (el trabajador de la información solo 18 horas) y luego luego, cuando Veracruz ocupaba el primer lugar nacional en secuestros con 192, fueron liberados.

Y liberados, claro, por el activismo mediático y lo que deja la lectura, la presunción, de una línea entre el gobierno y los malandros.

Por eso, cuando el sábado 15 de junio un Nissan fue abandonado frente a las puertas del penal de Coatzacoalcos el mensaje, directo, pero también el significado, digamos, subliminal, donde y de entrada los barones de la droga calibraron una vez más al titular de la SSP.

EL REINO DEL MAL

Uno. El Nissan estaba reportado como robado.

Dos. El cadáver estaba cercenado y en tres bolsas de plástico color negro.

Tres. Una narco/cartulina en el automóvil, donde advierten a los introductores de droga (háganos, favor) que “vamos a matar hasta a sus perros”.

Es el peor mundo sórdido y siniestro.

La fama pública de que en los penales, digamos, en todos o en la mayoría de los reclusorios del país, hay negocios. Desde la concesión para el restaurante hasta el tráfico de alcohol, drogas y trabajadoras sexuales. Desde la venta de crujías o habitaciones hasta la autorización para salir de noche y regresar al amanecer.

Pero más aún: el famoso autogobierno donde los internos, por lo regular, ligados a los carteles, ejercen el poder con la autoridad, es decir, con la dirección de Prevención y Readaptación Social, y por añadidura, con la secretaría de Seguridad Pública.

Nadie, por ejemplo, ni siquiera, vaya, la Comisión de Prevención Social de la LXV Legislatura, se ha ocupado del ingreso millonario con el manejo de los penales.

Bastaría recordar que en el sexenio de Fidel Herrera Beltrán, un grupo delincuencial estaba adueñado del penal de Pacho Viejo y cuando les dejaron de pagar varios meses por la venta de tortillas se amotinaron para exigir el pago inmediato.

En el tiempo de Javier Duarte, la versión de que un mismo día, por ejemplo, unos cien presos se fugaron aun cuando en la cancha oficial se hablaba de trescientos reos escapados de varios penales.

En las cárceles, dice un expresidiario, la mayor parte de los internos son inocentes.

En el legado histórico siempre se ha sostenido que las cárceles significan una maestría, un doctorado, para posgraduarse en el reino del mal.

Nada, sin embargo, ha escapado al control de los carteles. Ellos mandan o parecen mandar en los penales.

Por eso, el automóvil abandonado frente al penal de Coatzacoalcos. Un mensaje directo.

LA CUEVA DE ALÍ BABÁ…

Un semestre y medio después, la vida pública se ha ido en el nepotismo, el cuatismo y el amiguismo, en el reparto de las secretarías del gabinete legal a parcelas de poder morenista y en el trascendido de la posible corrupción en la compra de patrullas policiacas, ambulancias y medicinas, además de la presunta concesión de los alimentos a los penales a una empresa foránea.

Y mientras en Veracruz sigue matando a mujeres migrantes de América Central (van dos de San Salvador, entre ellas, una chica de 19 años tiroteada desde una camioneta), ningún diputado local ni federal ni senador de la república se ha ocupado del manejo del poder en los reclusorios.

Incluso, el trascendido de que desde el mes de diciembre del año 2018 la calidad de la comida en los penales, de por sí de los mil demonios, ha empeorado.

Pareciera que la política penitenciaria local es un punto y aparte y por eso nadie la toca, ni siquiera, vaya, para ocuparse del presunto tráfico de droga y del que siempre se ha cacareado.

Un ex convicto, por ejemplo, asegura que la cárcel siempre marca, así te quedes un día, una semana, un semestre, un año, varios años.

Y para, digamos, aguantar vara y sobrevivir sin llegar a la locura y/o a la depresión, sólo hay dos caminos:

Uno, volverse un alcohólico y un drogadicto, y dos, la vida sexual con una mujer o con un hombre, lo que sea, pues de consuelo emocional sirve y equilibra la vida sórdida y siniestra.

El cadáver en tres bolsas de plástico color negro en el penal de Coatzacoalcos expresa un mundo penitenciario, social y económico jamás inimaginable bajo una sola premisa, como es “la cueva de Alí Babá”…

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