Loma Bonita, Oaxaca.- La noche del Grito fue un huracán rojo, blanco y verde en el Parque Benito Juárez. El aire, saturado de pólvora y antojitos, vibraba como tambor en manos de niño. Las familias llegaban por oleadas, rebozo al hombro, sombreros de charro de plástico que brillaban bajo la luz de los focos, niños corriendo con banderitas y trompetas de feria. Y ahí, al centro de todo, Omar Lara Palma, edil de Loma Bonita, levantaba la voz con la fuerza de un púlpito cívico: “¡VIVA MÉXICO!”. Y el eco se devolvía como un trueno multiplicado por mil gargantas.
Pero esto no era solo ceremonia. Esto era carnaval popular, feria delirante, jolgorio sin freno. El sábado arrancó con el palo encebado —ese poste brillante, resbaladizo como serpiente en aceite— donde jóvenes se trepaban entre gritos de la multitud. Dos cochinos encebados resbalando como proyectiles de grasa en medio de carcajadas. El toro mecánico retaba a los más valientes, que salían disparados al suelo, mientras el público se retorcía de risa. El concurso de comelones: montañas de tacos, gargantas a reventar, estómagos al límite, aplausos atronadores. Y luego, la batalla de tecladistas… ¡teclado contra teclado! Cumbia contra cumbia, teclado llorón, teclado fiestero, hasta que apareció la doble de Jenni Rivera y el público se desbordó, brazos en alto, celulares iluminando la noche.
La cosa no paró ahí. El Taco Fest fue banquete monumental: trompos al pastor chisporroteando, salsas que ardían como pólvora en la lengua, aguas frescas, cervezas frías, sonrisas en cada mesa. Mientras tanto, más de 250 ciclistas rugían en la Carrera de la Independencia, siete categorías de pura disciplina, sudor y ruedas que parecían incendiar el asfalto.
Y todavía quedaba más: Casa de la Cultura Tepochcalli bailando con orgullo, faldas en vuelo; lucha libre que hizo temblar la lona y a los aficionados; la Sombra de Juan Gabriel arrancando suspiros y gritos. Y entonces… la Guerra de Tecladistas: seis músicos al filo de la gloria, el público convertido en juez implacable, los aplausos decidiendo a los finalistas. Momento de oro: la entrega de un teclado al maestro Tino, el Torbellino de los Teclados, 30 años de pasión y música volcados en una ovación interminable.
El Palacio Municipal y el Parque Benito Juárez no parecían edificios ni plaza esa noche. Eran escenario, eran templo, eran circo y corazón. Luces, el eco del mariachi, la pólvora iluminando el cielo. Loma Bonita, convertida en un solo grito, un solo baile, un solo pueblo. Y en medio de todo, Omar Lara Palma, el alcalde, no como político de traje, sino como maestro de ceremonias de la fiesta más grande que este pueblo recuerde.
Porque aquí no hubo espectadores: todos fueron protagonistas. Y Loma Bonita lo supo, lo gritó, lo bailó: ¡la Independencia se vive!