Redacción El Piñero | Corresponsalía
Puebla.- Mientras en Puebla sonaban cohetes y discursos patrióticos el 15 de septiembre, en Ciudad Serdán una familia comenzaba a vivir su propia noche de pesadilla: Diego Armando, joven de 23 años, salió en motocicleta rumbo a Tlachichuca y nunca regresó. Un día después, la celebración de independencia se tiñó de incertidumbre, pues su cuerpo fue hallado en campos de cultivo, a unos metros de su vehículo.
Las crónicas de su última aparición señalan que lo vieron alrededor de las 2:15 de la madrugada en Tlachichuca. Montaba una Italika blanca con franjas rojas, portaba casco negro con la leyenda “Sleek” y vestía chamarra oscura, mezclilla y botas cafés. Como seña distintiva tenía una cicatriz en la frente. Tras su desaparición, la familia acudió de inmediato a la Célula de Búsqueda de Personas, expediente en mano —folio СВРСНО16/2025—, con la esperanza de que las instituciones reaccionaran tan rápido como para el encendido del grito en las plazas.
Pero la historia siguió el guion de siempre: familiares movilizados, vecinos angustiados y la burocracia pública más preocupada por los bailables oficiales que por organizar operativos eficaces. No hubo patrullajes intensivos ni cercos de seguridad, sólo papeleo y promesas al aire. Cuando finalmente apareció Diego, ya era demasiado tarde. La Fiscalía ahora promete investigar “si se trató de un delito u otra circunstancia”, frase que, como cada año, se repite más que el himno nacional en los actos cívicos.
La comunidad, en tanto, se reúne para velar al joven en el fraccionamiento Santa Ana, recordándolo como un muchacho amable y solidario, mientras cuestiona con amarga ironía: ¿de qué sirve gritar “¡Viva México!” si la vida de los nuestros se apaga en silencio y sin respuestas?