Luis Velázquez | Expediente 2021
Veracruz.- Antes, únicamente se suicidaban adultos mayores. Luego, jóvenes. Ahora, niños. El domingo 18 de abril, en Tehuipango, municipio enclavado en la sierra de Zongolica, límites con Puebla, una niña de 13 años de edad se ahorcó de una viga en una casa familiar.
Ninguna carta póstuma dejó. Con residencia en Tezonapa, límites con Oaxaca, la familia viajó a Tehuipango el fin de semana. Y allá la niña tomó la decisión. Al parecer, en la madrugada, cuando todos dormían. Ella, en un cuarto, solita. Se colgó de una cuerda.
Mucho valor necesita un suicida. Primero, planear el hecho fatídico. Segundo, programar el lugar y el día y la hora.
Tercero, la forma. Cuarto, calibrar el tiempo de los demás para aprovechar una distracción.
Quinto, la firmeza, pero más aún, la frialdad, paso a paso para seguir con el operativo.
Sexto, y como en el caso de la niña, la fortaleza sicológica, emocional, moral, para amarrarse la cuerda al cuello y lanzarse al vacío.
Una frialdad propia de una persona que haya vivido los días y noches más huracanados en la vida.
Pero más aún, las razones, motivos o pretextos, tristezas, angustias, desesperaciones, cargando el mundo, etcétera, para decidir suicidarse.
Y de seguro, muchos días le tomó la decisión.
A primera vista, se explica el suicidio de Adolf Hitler luego de dejar cincuenta millones de muertos en su viaje bélico de Alemania a Rusia y mirarse derrotado y pegar un tiro a su esposa y luego suicidarse.
Se explica el asesinato de sus seis hijos en Joseph Goebbels, el Ministro de Información de Hitler, y el tiro a su esposa y el tiro a sí mismo.
Se explica el suicidio de Ernest Hemingway, un hombre cien por ciento depresivo.
Pero…entender y comprender las razones de peso y con peso para que la niña de 13 años de edad, radicada en Tezonapa y suicidada en Tehuipango, resulta demasiado difícil. Insólito. Inverosímil.
UN ASUNTO DE ESTADO
Muchas cornadas da la vida. La UNAM, por ejemplo, acaba de reeditar el libro “Diario del dolor” de la escritora María Luis Puga, publicado en el año 2003, de hecho y derecho, incunable, hoy.
La escritora cuenta su historia y concluye que únicamente el dolor y el sufrimiento unen a los seres humanos.
Cada familiar de la niña de 13 años tendrá versiones de la dura y terrible decisión de la chica.
13 años. Quizá primer año de secundaria. Acaso, hija de familia limitada en un Veracruz donde 6 de cada diez habitantes viven en la miseria, la pobreza, la jodidez y el desempleo.
Un asunto, el suicidio, tan repetitivo y reincidente, que bien pudiera declararse Asunto de Estado.
Los expertos dicen, por ejemplo, que en la primavera la población tiende más a quitarse la vida. Si el cantautor Pepe Guízar y el poeta Carlos Pellicer festinaban la llegaba del sol radiante y las flores y los árboles reverdeciendo y la alegría de vivir, la estación del año también empina, suele empinar, la vida.
Entonces, la relación familiar ha de multiplicarse para que todos tengan razones superiores, firmes, inalterables, para seguir empujando la carreta aunque la carreta esté o pudiera estar destartalada.
En términos generales, dice el sicólogo del barrio, se llega al suicidio cuando se ha perdido la emoción de vivir y se siente y cree que se carga con el peso del mundo.
Incluso, que el mundo llega a cerrarse y por ningún lado se asoma una lucecita alumbrado el largo y extenso túnel, lleno de espinas y cardos.
Más, mucho más complejo entrar en el corazón y las neuronas de una niña de 13 años de edad que una madrugada decidió ahorcarse mientras la familia dormía.
PENDIENTES DEL DIARIO VIVIR
Sin trepar al púlpito para la homilía, el suicido de la niña tiene varias lecturas.
Los padres y los familiares, más cerca de los niños, pendientes de todo.
Los maestros en la escuela primaria y secundaria, más cerca de los educandos.
La homilía del presbítero del pueblo aterrizada en la relación respetuosa y cordial con las familias, sin caer en moralinas, pendiente del diario vivir, tan complejo que suele darse y concitarse, más cuando de por medio se atraviesan la miseria y la pobreza.
La tarea del DIF, que antes, mucho antes tenía a la familia como prioridad, como ha de ser, operando en la vida cotidiana a través de su equipo multidisciplinario de sicólogos, terapeutas, médicos, trabajadoras sociales, profesores, sociólogos, etcétera.
La vigilancia de los padres sobre los programas televisivos que los hijos menores, sobre todo, suelen ver, incluso, a hurtadillas.
La vigilancia sistemática sobre el teléfono celular en caso de que los niños lo tengan.
La vigilancia sobre los amigos de los niños, en ningún momento, digamos, porque se dude de ellos, sino porque una cosita son las buenas razones y otras las circunstancias en el día con día.
De por sí, la vida es un riesgo. Y la vida, luchando todos los días y noches entre el bien y el mal.
Nada más importante que la salud física y mental de los niños.