➡️ Nabor Alberto Ramírez, defensor de Punta Colorada, recibió llamadas que van de lo “amistoso” a lo intimidante por el solo hecho de reenviar información de interés público.
Eugenio GONZALEZ | El Piñero
Oaxaca, México.- Mientras el discurso oficial presume una transformación en favor del pueblo y el medio ambiente, en la costa de Oaxaca avanza otro tipo de proyecto, el del despojo silencioso, el de los condominios de lujo sobre áreas naturales protegidas, el de las amenazas veladas contra activistas, el de los favores entre políticos, constructores e intereses familiares.
El periodista y caricaturista Benmorin ha puesto el dedo en la llaga con una serie de publicaciones que, si bien deben ser investigadas, ya encienden las alarmas.
Y es que se ha alertado presuntas invasiones en Huatulco con la complicidad del Gobierno del Estado para adquirir terrenos costeros y lucrar con su privatización; proyectos habitacionales disfrazados de desarrollo que vulneran zonas protegidas; y una Fiscalía que, como tantas veces, parece mirar hacia otro lado.
Pero lo más preocupante no es lo que se construye sobre la tierra, sino lo que se derrumba por debajo: el tejido democrático, la protección ambiental, el respeto a las voces ciudadanas. Ahí está el caso de Nabor Alberto Ramírez, defensor de Punta Colorada, quien por el solo hecho de reenviar información de interés público recibió llamadas que van de lo “amistoso” a lo intimidante, en lo que parece más una advertencia que una conversación.
“Si me pasa algo ya saben quiénes fueron”, escribió Nabor. Y esa frase debería helar la sangre de cualquiera que aún crea en el Estado de Derecho.
Porque no se trata de un rumor ni de una queja aislada. Lo que ocurre en Huatulco, en Punta Colorada, en la Costa, se repite con preocupante patrón. Hay zonas naturales protegidas que se intentan urbanizar, comunidades desplazadas en nombre del “progreso”, activistas criminalizados y funcionarios que, en lugar de proteger el patrimonio común, presuntamente se asocian para beneficiarse de él.
Y mientras tanto, el Gobierno de Oaxaca guarda silencio. Ni una aclaración, ni una investigación abierta, ni un deslinde claro. ¿Será acaso porque el silencio conviene más que una verdad incómoda?
Hablan de una “Primavera Oaxaqueña”, pero para muchos en la Costa esa primavera se está convirtiendo en un infierno de cemento, especulación y miedo. Y si seguimos callando, el último rincón del cielo –como llama Nabor a Punta Colorada– se convertirá en otro paraíso perdido a manos de quienes juraron defenderlo.
¿Cuánto más vamos a permitir que se nos robe la tierra, el mar y el derecho a decir “no”?