Eugenio GONZÁLEZ | El Piñero
Llovió con furia en la sierra mazateca. El agua cayó sin clemencia y no sólo empapó techos y caminos; también arrastró rocas gigantes, fragmentos del cerro que ruge desde lo alto. Y abajo, abajo donde la vida cotidiana apenas sobrevive, esas rocas reventaron la línea principal que lleva el agua —ese líquido santo— a la cabecera municipal y sus colonias.
Pero entonces ocurrió algo que no está en ningún protocolo. El presidente municipal, Ángel Terrero, no se encerró en su oficina ni convocó reuniones eternas. No. Lanzó una voz. Una voz que bajó por los altavoces del palacio: “¡Hay que reparar la red, entre todos, como antes!”
Y el pueblo respondió.
Aparecieron hombres curtidos por el sol y el machete, hombres que conocen el peso del agua y del esfuerzo. Hombro con hombro, cargaron tubos de 400… 450… hasta 500 kilos. Media tonelada de esperanza alzada con pura voluntad. Se internaron en el monte como un ejército de obreros improvisados para reparar el sistema de agua.
Hasta ahora han logrado restablecer parte del servicio. Pero aún falta —y lo saben— un tramo roto de 200 metros, un hueso fracturado en las entrañas del monte. Las labores siguen. Porque en Jalapa de Díaz, cuando la naturaleza rompe, el pueblo repara… con las manos, con la espalda, con el corazón.