Redacción El Piñero | Corresponsalía
México.- El Oriente del Valle de México amaneció este viernes con la confirmación oficial de lo que ya se temía: el saldo de la pipa de gas LP que reventó el jueves llegó a 10 fallecidos. Clara Brugada, jefa de Gobierno, apareció puntual a la una de la tarde para dar la noticia, con cifras que hielan: 54 hospitalizados luchan por sobrevivir y 22 lograron volver a casa después del susto.
El estallido no solo arrancó paredes y techos, también destrozó rutinas y certezas. Calles que ayer eran tránsito cotidiano hoy son escenario de cenizas y llantos. Los hospitales de la zona se convirtieron en salas de espera infinitas donde familias enteras aguardan, con la esperanza colgada de un parte médico. Mientras tanto, la ciudad guarda un silencio incómodo, como quien sabe que lo inevitable pudo evitarse.
Y aquí entra la ironía cruel: no hay tragedia sin discurso, ni discurso sin olvido. Las autoridades repiten la liturgia de condolencias y promesas, mientras el ciudadano común se pregunta por qué siempre se aprende después del golpe. Se había hablado de supervisión, de medidas de seguridad, de revisar el transporte de combustibles, pero todo quedó en papeles sellados y conferencias de prensa. Hoy, diez familias lloran, y mañana, con suerte, alguien convocará otra mesa de trabajo para “evaluar los protocolos”. Así, entre humo y burocracia, seguimos apostándole al azar: que la próxima chispa no caiga en nuestra calle.