Redacción El Piñero | Corresponsalía
México.- La Ciudad de México volvió a amanecer con cifras que pesan: trece personas perdieron la vida tras el incidente en el Puente de La Concordia, mientras cuarenta permanecen hospitalizadas luchando por su salud y trece más han sido dadas de alta. Las matemáticas de la desgracia nunca cuadran, pero ahí están, frías y oficiales.
Entre la lista de víctimas resalta el nombre de Alicia Matías Teodoro, una abuelita que, en medio del caos, eligió abrazar a su nieta y con ello dejó un legado que la jefa de Gobierno, Clara Brugada, no tardó en bautizar como “acto de amor”. Palabras que, aunque sentidas, suenan huecas cuando se pronuncian desde el podio y no desde el lugar de los hechos, donde el humo y la desesperación todavía se sienten.
Mientras tanto, la ciudadanía se pregunta en qué cajón quedaron los protocolos de prevención y por qué las autoridades reaccionaron con esa parsimonia tan característica: primero el discurso, después la estrategia, y al final —cuando ya no hay mucho qué salvar— llegan las condolencias institucionales. Como siempre, la Concordia se quedó en el nombre, porque la realidad mostró desorganización, tardanza y un gobierno que aparece más rápido para las fotos que para evitar la tragedia.