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Nueve medios en 30 años; la historia de un periodista veracruzano; “¡Paren máquinas!” decía…

El Piñero

 

Luis Velázquez/Y Parte II Escenarios

 01 de julio de 2017

Uno. “Aquí mando yo”

 

Años después, fogueado como reportero en la sala de redacción, a Evaristo Gutiérrez entró la nostalgia por el zócalo y Los Portales de Veracruz, el paseo del malecón y el lechero en La Parroquia, las marimbas y los mariachis, y entonces, quemó sus naves en Guadalajara y regresó al puerto jarocho.

Aquí, tocó la puerta de un periódico y el jefe de Información le dijo:

“No hay plazas”.

Fue a otro diario y el jefe de Información le dijo:

“No hay plazas”.

Y luego a otro rotativo más y la respuesta fue la siguiente:

“Estamos completos”.

Picado por la droga reporteril, casado ya con su primera y única mujer, quiso seguir en el periodismo y puso un estanquillo en el centro de la ciudad.

Allí vendía periódicos y revistas, pero también, los leía para mantenerse actualizado.

Un mes después volvió a un diario y otra vez la respuesta fue la misma:

“No hay chamba”.

Y durante un año, cada mes, siguió tocando puertas.

Un año después, un Jefe de Redacción le dijo:

“Vete a policía”.

Y fue. Y ahí topó con el reportero de planta:

“Aquí estoy yo. Aquí mando yo. Yo soy el titular”.

Su respuesta fue humilde y disciplinada:

“Vengo aquí porque me mando el jefe”.

“El jefe soy yo” le reviró el policiaco.

Más todavía:

Aquel periodista policiaco habló con los policiacos y los mandos medios y los mandos superiores para que le negaran la información oficial y cada día llegara la noche con su libreta de taquigrafía en blanco, sin nada que llevar al periódico.

Se acordó de su maestro de periodismo en Guadalajara y se fue por la tangente a buscar notas…, hasta que ganó la batalla.

Siguió con el estanquillo. Reinició su aventura reporteril, la más fascinante de su vida.

 

Dos. “Te vas conmigo”

 

Un impresor le llamó para incorporarse al proyecto de una revista policiaca que se llamaría “Testimonios”.

Y con permiso del jefe en el diario alternó su trabajo.

Los mejores temas de la semana para la revista, digamos, al mejor estilo de “Alarma”.

La escribía en las horas libres de cada día robando horas a la noche y al sueño, y la diagramaba en su día de descanso en el diario.

Allí, conoció a Enrique Haaz, que por entonces, iniciaba pininos con un periódico semanal en Tierra Blanca, su tierra, “La crónica”.

“Ayúdame con los titulares” le pidió.

Y Evaristo se daba tiempo y le apoyaba en cada edición.

Al ratito, de plano, le dijo:

“Sabes, te necesito en Tierra Blanca. Te vas conmigo”.

“Gracias, don Enrique, pero aquí estoy bien”.

‘’Te pago el doble de lo que ganas aquí y te doy casa y te hago jefe”.

Unas dos, tres semanas después, Evaristo ya estaba en el pueblo donde nacieran, entre otros reporteros, Manuel Mejido, la gloria de Excélsior en el siglo pasado, y Luis Gutiérrez, el famoso director del Unomásuno, y Bernardo González, la gloria del suplemento cultural de “El sol de México” de Mario Vázquez Raña.

Entonces, “La crónica” se editaba una vez a la semana. El primero paso de Evaristo fue editarla dos veces. Y luego tres veces. Y un día, de plano, todos los días.

Al ratito, como director editorial, se dio el lujo de primer mundo y en varias ocasiones paró máquinas porque hacia la madrugada una noticia sensacional de última hora significaba duplicar, triplicar la venta.

“Pero, don Eva, le decían los trabajadores de talleres, ya tiramos la mitad de la edición”.

“Pues sí, pero la noticia lo vale”.

“Pero don Enrique se enojará”.

“Yo asumo la culpa si culpa hay”.

Vivía Evaristo el periodismo con el acelerador a mil por hora y con el tanque lleno de gasolina.

 

Tres. Nueve medios en 30 años

 

Como es el destino, profecía cumplida en todo reportero, Evaristo caminó por varios medios.

Por ejemplo, pasó por Notiver, El Dictamen, La Tarde, Testimonios, Sur, Imagen, Crónica de Tierra Blanca, TV Azteca y Ultimas Noticias de Excélsior.

Nueve medios en treinta años.

Emigraba de un medio por las mismas razones que suelen irse muchos, entre ellas, y por ejemplo, el sueño, el ideal, la utopía, la búsqueda de una vida mejor, por ejemplo, para la familia.

Pero en Tierra Blanca de reportero empírico que era se convirtió en maestro.

Uno de sus alumnos fue Pedro Tamayo, el colega asesinado el primero de julio del año 2011, afuera de su casa, donde tenía un puesto de hamburguesas para ayudarse en el itacate familiar.

Pedro Tamayo era policía y en tales lides lo conoció. Y un día, cuando una abuela denunció el secuestro de una nieta, entre el policía y el reportero siguieron la pista hasta descubrir que la abuela había vendido a la nieta recién nacida.

Evaristo descubrió, entonces, que Pedro Tamayo tenía una gran sensibilidad para el oficio reporteril y en la misma semana lo invitó a trabajar en “La crónica”, y ahí empezó su carrera que terminara, y por desgracia, en su asesinato, como suele ocurrir con los trabajadores de la información de la provincia donde se crea un Estado Delincuencial frente al Estado de Derecho.

La leyenda dice que a diferencia de los boxeadores y los futbolistas y los toreros, los reporteros nunca se jubilan ni han de jubilarse, pues un momento antes de morir deben seguir contando la historia de la noticia reciente.

Pero Evaristo Gutiérrez quiso estar cerca, más cerca de su familia, y llevar una vida sin sobresaltos ni tensiones, a tal grado que soñó con escribir un libro con la historia de un reportero, pero meses después desechó la posibilidad para evitar que los demonios lo persiguieran.

Incluso, dio un carpetazo a su vida anterior y ni siquiera, vaya, vive de los recuerdos.

Su vida ahora es vender antojitos todos los días, sin día de descanso, mientras que en las tardes estudia electricidad y todos los oficios alternos para reinventarse.

 

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