Redacción El Piñero | Corresponsalía
Oaxaca.- En Santiago Amoltepec y Santa María Zaniza, la rutina escolar se ha convertido en un mito. Más de 3 mil estudiantes llevan dos semanas sin clases, atrapados en un conflicto agrario que decidió reaparecer justo después de las fiestas patrias, como quien saca a pasear un viejo rencor. Preescolares, primarias, secundarias y un bachillerato esperan, mientras los juegos y los lápices reposan en silencio. Dos muertos y dos lesionados recuerdan que la “pausa educativa” no es la única tragedia que los vecinos viven.
Los caminos oficiales están cerrados; los habitantes deben recorrer 16 horas por Tlaxiaco en condiciones que hacen que cualquier aventura parezca un safari extremo. Sin maestros, sin médicos, con embarazadas en riesgo y carencia de alimentos básicos, la vida cotidiana se ha vuelto un ejercicio de supervivencia. José Santiago es uno de los nombres que ya no aparece en los caminos: desapareció el 15 de septiembre al salir a cuidar su ganado y, hasta hoy, ni el gobierno ni el olvido se han pronunciado sobre su paradero.
Mientras tanto, las autoridades observan la escena desde sus escritorios, aparentemente convencidas de que los bloqueos y la escasez son fenómenos naturales de la Sierra Sur. Los docentes han anunciado un comunicado, no para reclamar aplausos, sino para exigir que alguien, finalmente, haga lo que deberían haber hecho hace ya dos semanas: garantizar seguridad y condiciones mínimas para que los estudiantes regresen a las aulas. Entre la carretera cerrada y el silencio oficial, los niños aprenden una lección que ningún libro de texto incluye: que en la Sierra Sur, la burocracia puede ser más rígida que la piedra que bloquea el camino.