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OAXACA: Vivir a flote de maderas, láminas y plásticos; el caso de dos ancianitos y una visita inesperada

El Piñero

Por: Roberto Polo Hernández/PASAJERO

Oaxaca, México.-  De repente, en un camino de tierra que conduce al casco urbano de Jalapa de Díaz – municipio de la región  del Alto Papaloapan, en el estado de Oaxaca-  se detiene una patrulla, tres policías y tres hombres más vestidos de civil se bajan y se dirigen a una casa que apenas es soportada por unos palos de madera y que se rodea de plásticos y láminas que sirven para cubrirla.

Y así, también muy de repente, varias personas se acercan para ver qué es lo que sucede, conocer cuál es el motivo de una patrulla policíaca que se estacionó frente a una vivienda en la que residen dos ancianitos: Doña Virginia Sebastián, de 70 años, y don Agustín Pérez, de 90.

Doña Virginia al darse cuenta de las visitas de inmediato acelera el paso, coloca en el suelo una cubeta de agua y corre para conocer a quien llega a sus terrenos. No lo esperaba -dice- por lo que lanza un grito a su esposo para que la acompañe, Don Agustín se levanta del asiento en que descansaba y la alcanza.

Para la pareja, en un día de intenso calor, a casi 40 agobiantes grados, la vestimenta es lo de menos. No hay marcas ni telas atractivas, como no lo hay en todo Los Zárate, localidad en la que residen desde que se juntaron.

Doña Virginia viste una túnica color blanco austera, con cortes rústicos, tijerazos como suelen llamar a trazos malogrados. Mientras Don Agustín se sujeta con un mecate un pantalón color café que se  recogió a las rodillas para andar en la comodidad de la ruralidad que lo rodea.

Para ellos no hay día en que no tengan que ver esos plásticos negros que cubren del sol su casa; no hay momento en que no escuchen como truenan las láminas de su improvisado techo y que sirven como paredes. Y no hay momento en que no piensen en cómo se puede caer si llegase un golpe de viento.

Así, en ese nudo de preocupaciones, pasan sus vidas esperando las horas y viviendo amén de la suerte de cada día, pues ninguno de sus hijos vive con ellos. Así ven como llegan policías y tres hombres a su casa sin aviso previo.

Cuando Doña Virgina reconoce la visita no lo puede creer, el asombro es tal que grita y engorda los pulmones para decir “así me gusta papacito lindo, mira MORENA, mi hijo lindo” al tiempo en que alza el pulgar y abraza a su  invitado. Por primera vez un presidente municipal había llegado a su casa. Por primera vez en mucho tiempo, cuenta, no había sentido tanta emoción por una visita.

Al paso de dos minutos, el presidente  -Arturo García Velázquez, emanado del partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA- accede al interior de la casa, la cual no tiene puerta y carece de toda tecnología posible, excepto de una televisión, una pantalla de 23.6 pulgadas de esas que regaló el Gobierno Federal para “Mover a México”.

En el interior lucen: dos camas, una con estructura de metal, con colchón, y otra de madera con una cobija como colchoneta. En la primera, descansa Doña Virginia, y en la segunda, Don Agustín. Además, comparten una hamaca que muy poco usan pero que la tienen por si llegan visitas imprevistas.

A ellos no les cohíbe la apariencia de su casa. Es la que Dios les permitió tener, dicen, pero que con el paso de los años se va deteriorando. Con suelo de tierra que se convierte en lodo en época de lluvias y con resquicios que dan bienvenida a todo animal, se la llevan esperando a que, cualquier persona, les ayude a cubrirlos.

Ya en confianza, sentados en una de las camas, Doña Virginia, quien tiene un leguaje más fluido que su esposo, sin aspavientos le lanza una petición al presidente: “ayúdenos con nuestra casa, mire como estamos”. En respuesta, Arturo, el moreno como le conocen en su pueblo por su preferencia partidista, de inmediato le responde “claro, para estamos, para apoyarlos, por eso estoy aquí”.

Arturo dice que hoy gobierna para la gente desprotegida, que su misión tiene blanco muy preciso y que es abatir la mayor marginación posible. Pero también sabe que en la misión hay objetivos que se  desarrollaron con alto grado de dificultad, gracias a gobiernos que no trabajaron para el pueblo y que, por el contrario, lo golpearon con robos y mayúsculos saqueos. El tiempo y su trabajo lo exhibirá.

Pero de momento, Doña Virginia y Don Agustín, que viven como muchas familias, laceradas por la pobreza extrema, encontraron una brecha de esperanza. Sabidos que en breve tiempo les rehabilitarán la casa, ya contarán para la anécdota de como un presidente los visitó cuando nunca lo esperaban.

Me dí la misión de recorrer los pueblos más deprimentes que encuentro al paso, ya saben cómo pasajero andante. Y lo que encuentra uno, a veces, no suele ser emocionante. En esas realidades que se atoraron en un tiempo lejano, existen historias que hablan de un abandono eterno por circunstancias muy particulares.

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