➡️ El Papa León XIV ha reafirmado su compromiso destacando la necesidad de una Iglesia cercana a los más necesitados y marginados del mundo actual.
Siempre hay que deplorar la partida física del líder del mayor imperio espiritual del mundo. Pero después del inevitable llanto de los feligreses, el mundo está de plácemes, un universo de mil 400 millones de católicos, y un impacto global en todas las mujeres y hombres de sentimientos elevados. Habemus papam, León XIV, y lo hay en la mejor vertiente de todas, la línea más genuina de Jesús, la más pródiga, la más generosa, la del cristianismo social, una Iglesia cercana a los necesitados, no a los ricos, no a los mercaderes: la opción preferencial por los pobres.
Robert Prevost, papa León XIV, pertenece a la mejor tradición, la que más se requiere en estos tiempos turbulentos de ambiciones desbordadas y mercantilismo a ultranza, una tradición de paz, de justicia, de igualdad, de solidaridad con los que menos tienen. Descendiente de migrantes, es un bálsamo y un dique frente a la ultraderecha xenófoba, neofascista y ensoberbecida.
Él lo dice puntualmente: “El hijo de Dios, al hacerse hombre, también eligió vivir el drama de la inmigración… El verdadero ordo amoris que es preciso promover es el que descubrimos meditando constantemente sobre la parábola del buen samaritano… es decir, meditando sobre el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción”.
Nada que ver con el odio infundado y bárbaro de la ultraderecha arcaica hacia quienes sólo buscan en otras tierras una mejor oportunidad de vida. Un total de 113 cardenales tomaron la mejor decisión, la más acertada, la más comprometida, la más prístina, la que tiene como objetivo superior orar y trabajar por un mundo menos desigual, menos asimétrico, menos polarizado entre el privilegio y la pobreza.
La biografía de servicio de León XIV a los más humildes, a los más necesitados, a los más maltratados es su carta de presentación ante los feligreses y el mundo entero. No llega al máximo cargo de la Iglesia predicando desde la comodidad de una metrópoli desarrollada, lo hace desde la laboral pastoral, por dos décadas, en comunidades recónditas de Perú, en donde supo en carne propia de las carencias, de las insatisfacciones, de los dolores terrenales.
Es apenas el segundo papa originario de América y el primer miembro de la Orden de San Agustín en 600 años en ser electo primer obispo de Roma. No sólo es agustino, sino que fue prior general de 2001 a 2013 y tuvo en sus manos, desde el Dicasterio para los Obispos, la delicada e importante tarea de escrutar y seleccionar a los obispos de toda una nueva generación en el mundo. Fue el papa Francisco quien lo llevó a la curia romana y lo hizo cardenal en 2023.
Antes de ser cardenal ya había creado, al seleccionar a los nuevos obispos, la gran estructura que hoy sostiene a la Iglesia católica. Sólo los que no saben de este capítulo medular de su biografía se dicen sorprendidos.
Estamos ante la continuación de la obra del extinto jesuita, el que fuera impulsado por el papa Ratzinger justamente por sus amplias credenciales sociales para insertar a la Iglesia en el siglo XXI y recuperar la credibilidad perdida ante un amplio sector de feligreses. Esa obra piadosa, altruista y generosa, será profundizada ahora por el papa León XIV, con su propio estilo seguramente, pero con los mismos valores de esa rama frondosa a la que pertenecieron como jesuitas, como agustinos, como franciscanos, papas que dejaron su honda huella en la Iglesia y en la historia, como el último León que seguramente lo inspira, el papa León XIII, aquel que volcó la Iglesia hacia los pobres con la encíclica Rerum novarum.
Pero el nuevo pontífice no abreva sólo de esta fuente, ya de por sí potente y portentosa. Su pensamiento espiritual y su compromiso social vienen de figuras icónicas, imprescindibles, de la Iglesia misionera más genuina, como Juan XXIII, quien encabezó la institución entre 1958 y 1963 y abrió la Iglesia al mundo, el que llamó a la tolerancia, el que convocó el Concilio Vaticano II y que imprimió una orientación pastoral renovada en la Iglesia católica del siglo XX, privilegiando el servicio a los más necesitados.
También figuran entre las fuentes de su pensamiento social aquellos prohombres de la teología de la liberación como Hélder Cámara, de Brasil; Sergio Méndez Arceo, de Cuernavaca; Samuel Ruiz García, de Chiapas; Bartolomé Carrasco, de Oaxaca; el padre Lona, de Tehuantepec, con quien tuve la oportunidad de convivir, y a quien por cierto algunas expresiones conservadoras del Vaticano quisieron excomulgar, hasta que pidió lo recibiera el papa Juan Pablo II para frenar esa embestida.
Una portentosa corriente evangélica de claro corte social, que tuvo una participación activa en aquella comisión investigadora, en funciones de Tribunal Internacional, para juzgar a la junta militar chilena de Augusto Pinochet, a la manera del Tribunal Militar Internacional de Núremberg que juzgó a los criminales de guerra nazis que masacraron a los judíos y a otros grupos.
La comisión investigadora de los crímenes de Pinochet la encabezaba Jesús Reyes Heroles, y la sostenían figuras internacionales como Billy Brand, presidente de la Internacional Socialista; Felipe González, en tránsito hacia constituirse en el primer presidente socialista de España; Gladiz Marín, presidenta del Partido Comunista Chileno; líderes evangélicas de la Teología de la Liberación como Sergio Méndez Arceo y destacados intelectuales como Julio Cortázar; Melina Mercouri, actriz y activista política griega; también, como joven diputado, tuve oportunidad de participar en ese órgano internacional que sesionaba en México y en Atenas.
En suma, es una buena noticia para los débiles, para los necesitados, para los perseguidos, para los migrantes, que el nuevo líder de la máxima institucional espiritual del mundo, cabeza de la Iglesia católica, sea Robert Prevost, el papa León XIV. Es de vocación misionera, es de formación latinoamericana, es de la iglesia social: tiene en su corazón la opción preferencial por los pobres
Por: José Murat (La Jornada)
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