Redacción|El Piñero
Puebla.- La Sierra Norte de Puebla amaneció convertida en una isla gigante de lodo, árboles caídos y promesas flotantes. Tlacuilotepec, Tlaxco y Pahuatlán están totalmente incomunicados, sin acceso por tierra ni aire, y con la esperanza colgada de un helicóptero que no puede despegar porque —ironías del destino— llueve demasiado. Las autoridades aseguran que “están haciendo todo lo posible”, aunque el todo parece resumirse en comunicados de prensa y selfies con chaleco naranja.
El río San Marcos, cansado de tanta indiferencia, decidió salirse de su cauce y llevarse de recuerdo los puentes que unían a estas comunidades. La diputada Guadalupe Vargas Vargas, testigo de la desgracia, narró que el desbordamiento fue tan rápido que nadie alcanzó ni a decir “¡corran!”. Las lluvias, que no dieron tregua, dejaron a cientos de familias atrapadas, mientras que en Huauchinango, brigadistas tuvieron que salvar a 15 personas desde los techos de sus casas, donde el agua ya tocaba la esperanza.
Desde su despacho seco, el gobernador Alejandro Armenta informó que hay cinco helicópteros y varias lanchas listos para intervenir… pero la nubosidad no los deja volar. Así que los helicópteros esperan, las lanchas esperan y, claro, la gente también espera. Mientras tanto, la electricidad sigue ausente en medio estado, el restablecimiento avanza al paso de un caracol con botas, y los pobladores improvisan refugios con velas y paciencia. En esta tragedia que huele a humedad y burocracia, la naturaleza arrasó, pero la lentitud oficial terminó de sepultar la esperanza.