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Redondear el trabajo para poder vivir después de la pandemia

El Piñero

Luis Velázquez | Escenarios
09 de junio de 2021

UNO. Tener dos chambas

Antes del COVID, la vida era así: muchas, muchísimas personas solían tener dos trabajos. Mal pagados, pero dos. Únicamente así podían equilibrar un poco los gastos de la casa.

Unas, laboraban de las 8 de la mañana a las 4 de la tarde en una chamba y de ahí salían corriendo a la otra, y que empezaba hacia las 4 de la tarde a las doce de la noche.

Sus cuerpos estaban entrenados para dormir unas 5 horas, suficientes para recuperar energía y otra vez a empujar la carreta con la misma intensidad.

DOS. La vida como es…

Otras personas, quizá mejor entrenadas, capacitadas y preparadas, alternaban el trabajo en una oficina con horas de clases en las tardes.

Por ejemplo, capacitar a los niños en materias complejas, entre otras, matemáticas y gramática. Incluso, clases particulares de idiomas.

Y todavía les alcanzaba el tiempo para tomar un cafecito con la pareja y/o los amigos.

Todos ellos, digamos, la llamada “clase trabajadora”, acostumbrada a vivir “con la medianía del salario”, sin lujos, vistiendo ropita sencilla y modesta, sin ropa ni zapatos de marca, relojito barato comprado en el mercado popular.

Pero todos contentos, dichosos y felices de estar vivos, resignándose a la vida… como es.

TRES. Redondear el salario

Hay trabajadoras domésticas que laboran en el día en una casa particular, y en la noche, en la colonia popular donde viven por lo regular, ponían su puesto de antojitos de las ocho de la noche hasta quizá las diez pm, suficientes para en par de horas ganarse unos centavos.

Así, redondeaban el salario para tener ahorritos de emergencia.

Y es que en la vida, y hasta donde es posible, siempre conviene tener par de trabajos.

Además, si una veladora se apaga otra queda prendida.

Más, en un país con “salarios de hambre” como publicaba Ricardo Flores Magón en el periódico Regeneración hacia el año 1900.

CUATRO. Oficio humillante

Antes del COVID también había reporteros, por ejemplo, con par de trabajos. Incluso, tres. Cuatro.

En un periódico. En un noticiero. Y en un periódico digital y/o en las redes sociales.

También había quienes, además, impartían clases.

Y es que en el periodismo, como se sabe, los salarios son demasiado precarios, ofensivos, humillantes a la dignidad humana.

CINCO. Plato de mala suerte

Pero el coronavirus dio al traste con la mayoría de posibilidades.

Basta y sobrar recordar el balance del maestro de la Universidad Veracruzana, Hilario Barcelata, resumiendo la tragedia económica en la entidad jarocha:

Un total de 44 mil empresas perdidas, quebradas, cerradas, con un total de 146 mil empleos desaparecidos.

Y en tales circunstancias, con el desempleo galopante causando trizas por todos lados, tener el alto privilegio de dos trabajos resulta un milagro superior.

Tanto desempleo hay que todos los días, pareciera, la gente desayuna un plato de mala suerte.

SEIS. El jardinero del barrio

En el barrio hay un jardinero. Cobra quinientos pesos por limpiar un jardín modesto y suele llevarse media mañana y ocupa la tarde en otro jardín.

Pero desde el COVID, dice que el monte está creciendo en tierra fértil en la mayor parte de las casas porque pocas, excepcionales, amas de casa lo contratan, siempre quejándose de una caída en el ingreso familiar.

Es decir, la pandemia ha pegado igual, duro y rudo, y parejo, para todos.

Hacia 1930, la recesión duró diez años en Estados Unidos; en México apenas llevamos un año y tres meses.

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