Veracruz.- En Kilómetro 22 de Chinampa de Gorostiza, la rutina de las familias se vio interrumpida por un fenómeno que combina agua y petróleo, cortesía de un ducto de Pemex que decidió fracturarse el pasado 1 de octubre. Desde entonces, el río que abastece a la comunidad parece más un aceite flotante que un cauce de agua potable, mientras los vecinos miran incrédulos cómo su fuente vital se convierte en un riesgo para la salud y el ecosistema.
El derrame, consecuencia de trabajos con maquinaria dentro de un rancho ganadero, se esparció rápidamente, afectando el cárcamo de agua y provocando que cientos de familias tengan que cuestionar si están consumiendo líquido o una versión líquida de crudo. Mientras tanto, la flora y fauna del lugar también hacen frente a este inesperado “tratamiento industrial”, sin saber si sobrevivirán a la dosis.
Y claro, las autoridades aparecen como personajes de fondo en esta tragicomedia: Pemex no ha movido un dedo para contener el derrame, y la Protección Civil, Semarnat y Profepa son meros espectadores de lujo, recibiendo los llamados de auxilio con la promesa de una intervención que, hasta ahora, sólo existe en papel. En Kilómetro 22, el río habla con voz aceitosa, y los habitantes sólo pueden mirar, mientras la burocracia sigue flotando, cómoda y a salvo, sobre un cauce contaminado.