Redaccion | El Piñero
Veracruz.- El amanecer del jueves sorprendió a los habitantes de Calcahualco, con un rugido seco que no venía del cielo, sino de la tierra. Un deslizamiento de grandes proporciones bloqueó por completo el camino que enlaza a Teopantitla y Atotonilco, dejando a sus pobladores aislados del resto del municipio. La causa, la de siempre: lluvias incesantes que reblandecen los cerros y una mezcla de olvido y desinterés que hace más frágil a la sierra que a una promesa política en temporada electoral.
La escena es digna de una postal del desastre nacional: toneladas de lodo, piedras, ramas y una carretera convertida en trinchera natural. Los vecinos, acostumbrados a la paciencia forzada, miran el derrumbe como quien observa una película repetida: el mismo guión, los mismos protagonistas y el mismo desenlace de aislamiento. Las lluvias no dan tregua y los caminos se derriten, mientras los pocos productores que logran acercarse lamentan que ni sus cosechas ni su movilidad tengan escapatoria. El monte habló, y lo hizo con contundencia.
Horas después, las autoridades municipales aparecieron con su libreto conocido: “ya se trabaja en el retiro del material”. Protección Civil desplegó maquinaria pesada y pidió “no transitar por la zona hasta nuevo aviso”, como si hubiera por dónde. Los trabajos —dicen— podrían extenderse varias horas, o días, o lo que dure el ánimo del presupuesto. Entre tanto, los pobladores se resignan a su encierro serrano, esperando que la montaña se calme y que, por una vez, la respuesta gubernamental sea más rápida que el lodo. Porque si algo es constante en Veracruz —además de la lluvia— es que los desastres naturales siempre llegan antes que las soluciones.