Redacción El Piñero
Veracruz.- La tarde del martes 16 de septiembre, mientras el calor sofocaba a los cortadores de piña, una llamada al 911 sacudió la rutina: en la laguna detrás del empaque, flotaba inmóvil un joven. Al llegar, la Policía Municipal comprobó lo inevitable, Sebastián Hernández Arizmendi, de apenas 25 años, vecino de San Pedro Soteapan, ya no presentaba signos vitales.
Los compañeros de faena, entre machetes y costales de piña, relataron que la noche anterior Sebastián había bebido en exceso antes de perderse en la oscuridad con rumbo incierto. Doce horas después, el agua lo regresó a la orilla como un secreto mal guardado. Con más valentía que protocolo, sus colegas lo movieron hacia tierra firme y llamaron a las autoridades, esas que siempre llegan tarde pero posan como si llegaran a tiempo.
Y aquí, en el tercer acto de esta tragicomedia veracruzana, entraron los funcionarios: acordonaron con cinta amarilla, esperaron a los peritos y, como dicta el guion de la burocracia, trasladaron el cuerpo al Servicio Médico Forense. Ni una palabra sobre prevención, ni una estrategia para evitar que la laguna se convierta en morgue improvisada. El Estado, como siempre, se asomó al charco, se tomó la foto y se retiró, dejando tras de sí la certeza de que en Veracruz la indolencia flota más que las personas.