Redacción El Piñero | Corresponsalía
Veracruz.- Poza Rica despertó esta semana convertida en un paisaje apocalíptico, el río Cazones decidió desbordarse y recordarles a los habitantes que la naturaleza no negocia, mientras que las autoridades parecían practicar el arte de la invisibilidad. Más de 150 familias quedaron sin techo, calles y casas fueron cubiertas por lodo y escombros, y al menos dos personas perdieron la vida; entre ellas, Don Fernando Moctezuma, de 61 años y con discapacidad visual, quien optó por quedarse en su hogar pese a las advertencias, confiando en que la tragedia pasaría de largo. Los vehículos flotaban, los muebles se desplazaban como piezas de un juego macabro y la ciudad se convirtió en un laberinto de barro y silencio.
Mientras los vecinos luchaban por rescatar lo poco que quedó de sus pertenencias y protegerse de los saqueos, la Marina desplegaba más de 3,300 elementos para auxiliar a los damnificados, y se aplicaba el Plan DN-III como si se tratara de un ensayo general. Llegaron víveres desde la Ciudad de México, se habilitaron albergues y se realizaron labores de rescate, pero la sensación de abandono fue más fuerte que el agua que arrastró sus casas.
Entre la devastación, las escenas humanas se multiplicaban: parejas de abuelitos aferrados a lo que podían, vecinos que cargaban muebles empapados, y voluntarios improvisados que, con más corazón que recursos, se convirtieron en héroes cotidianos. Mientras tanto, los comunicados oficiales prometen investigación, atención y reconstrucción… promesas que flotan tan lejanas como los automóviles arrastrados por la corriente, recordando que en Poza Rica, cada desastre natural no solo arrasa casas, sino también la paciencia de su gente y la credibilidad de quienes deberían protegerla.