Oaxaca.- El sol apenas calentaba la tierra húmeda de Santa Catarina Quiané cuando los vecinos tropezaron con una escena que parecía sacada de un guión macabro, a un costado del camino de terracería, en el paraje conocido como “La Humedad”, yacía un hombre sin vida, reducido a cenizas por el fuego que alguien, con más saña que compasión, decidió encender. Era miércoles 24 de septiembre, y en la región de los Valles Centrales, el día empezó con humo y silencio incómodo.
Los pobladores, que no necesitan detectives ni radares de novela negra, fueron los primeros en descubrir el hallazgo. Como dicta el protocolo del sentido común, avisaron a la autoridad local, la cual, con la calma de quien no tiene prisa, pidió la intervención de la Fiscalía General del Estado. Horas más tarde aparecieron los peritos y agentes de la AEI, que entre cintas amarillas y libretas de apuntes, hicieron las primeras diligencias y levantaron el cuerpo rumbo al Instituto de Servicios Periciales. La identidad de la víctima, por ahora, sigue siendo un enigma.
Eso sí, mientras los habitantes cargaban con el susto, las autoridades municipales parecían estar en otra dimensión: ni una patrulla para acordonar el área en los primeros minutos, ni una sola acción preventiva para blindar la zona. Todo quedó al vaivén de los curiosos hasta que llegó la Fiscalía a poner orden. La pregunta, repetida hasta el cansancio por la gente del lugar, es la misma de siempre: ¿en qué momento la seguridad pública dejó de ser prioridad para convertirse en un lujo que pocos pueden esperar?