Redacción El Piñero | Corresponsalía
Puebla.- Las tormentas tropicales “Priscilla” y “Jerry” no pidieron permiso para entrar a Puebla. En cuestión de horas dejaron un rastro de tragedia: cinco personas fallecidas, ocho sepultadas, tres desaparecidas y más de 80 mil damnificadas en al menos 25 municipios. El agua no distingue caminos ni colores partidistas; arrasó con todo a su paso en la Sierra Norte, Nororiental y Negra, donde los ríos desbordados, deslaves y caminos rotos mantienen incomunicadas a decenas de comunidades que hoy claman ayuda entre el barro.
En Pahuatlán, Tlacuilotepec, Xicotepec y Huauchinango, la tierra se vino abajo como si también estuviera cansada de tanto abandono. Casas colapsadas, familias atrapadas y pueblos enteros sumidos en la oscuridad, sin luz ni esperanza. En las comunidades de La Máquina y La Ceiba, la tragedia se esconde entre la niebla y los escombros: nadie entra, nadie sale, y el único sonido que se escucha es el del río crecido devorando los márgenes. Mientras tanto, los pobladores improvisan refugios en escuelas y templos, con más fe que víveres.
El gobernador Alejandro Armenta Mier, botas al lodo y teléfono en mano, reportó la catástrofe a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, pidiendo apoyo aéreo urgente para rescatar a 15 personas varadas en los techos de sus viviendas. Se desplegaron brigadas, maquinaria y helicópteros, aunque —como suele pasar en los desastres— el auxilio llega más tarde que la desgracia. La alerta roja sigue activa, los ríos siguen rugiendo y los discursos oficiales intentan flotar entre la corriente de la indignación social.
En Puebla, la lluvia no sólo inunda las calles, también desborda la paciencia. Cada tormenta vuelve a desnudar la fragilidad de los caminos, la pobreza de las montañas y la lentitud burocrática que siempre parece necesitar un chapuzón de realidad. Porque sí, la Sierra Norte está bajo el agua… pero lo que más pesa no es el agua: es el olvido.