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En Veracruz se pitorrean al COVID: si hemos de terminar en la tumba… que “nadie nos quite lo bailado”

El Piñero

Luis Velázquez | El Piñero
19 de agosto de 2021

En Ayahualulco, carreras de caballos.
Tuxpan, con feria ganadera.
Boca del Río, concierto.
Astacinga, pachangón religioso y popular.
Alvarado, pasean a la Virgencita en el pueblo pidiendo hable con Dios para frenar el COVID.
Veracruz puerto, cantinas abiertas, llenas, llenisímas, como cualquier fin de semana normal.
Xico, la alcaldesa promoviendo la fiesta religiosa con el argumento de que “de cualquier forma… morirán”.
En todos los pueblos, de norte a sur y de este a oeste de Veracruz, por aquí abrieron centros y plazas comerciales y cines y bares y cantinas, todos a la calle, inequívoca señal, ajajá, del regreso a la normalidad.
En Soconusco, el presidente municipal colgó gigantesca bambalina del palacio de cara al parque del pueblo con leyenda subliminal:
“Prohibido morir de COVID”.
Y el día cuando develó la estatua de 8, 9 metros de altura con la imagen de Jesucristo, el pueblo, volcado en el fervor religioso.
Tlacotalpan, allí donde ahora navega sobre el río Papaloapan el crucero turístico, El Cuenqueño (en plena pandemia, claro), el edil inició el despapaye ante el desastre epidemiológico.
Primero, pachangón popular en su rancho tocando y cantando él mismo, acompañado en la batería del hermano de la Fiscal, notario público, para dar fe.
Y al día siguiente, pachangón en el parque de Tlacotalpan con los jóvenes ansiosos de libertad.
Cada fin de semana, sábado y domingo, tres autobuses turísticos con pasajeros llegan a las playas de Boca del Río para zambullirse en el Golfo de México y jugar a construir castillitos de arena, reproduciendo la vieja política de que “Veracruz se antoja” en el hotel más grande del mundo como es “Camarena” que así denomina la sabiduría popular al hecho de dormir, claro, lógico, obvio, sobre la arena con el turismo de jícama, picadas y gordas.
Indicativa y significativa la filosofía de vivir: Los hospitales públicos y privados, repletos al cien por ciento muchos, otros de entre el 70 al 90 por ciento de capacidad hospitalaria, y las cantinas y bares, anexos y conexos, igual, igualitos, repletos, repletísimos.
Y los clientes, todos, sin bozal, sin guardar la sana distancia y sin gel.
Incluso, y en muchos casos, ocupados con las trabajadoras sexuales, mujeres que nunca han visto en sus vidas, para alegrar las horas dejadas en el confinamiento, la soledad y el estrés epidemiológico.
Y en contraparte,  la secretaría de Salud, en la contemplación mística.
“Calladita… se ve más bonita”.
“Dejando hacer y dejando pasar”.
Y lavándose la mano, tirando la pelota a los presidentes municipales.
Pero…, vaya paradoja, lamentándose de que el COVID crezca y crezca y crezca y crezca.
En los estados de Oaxaca y Sinaloa, cinco presidentes municipales se pusieron bragados y decretaron el Toque de Queda de las 6 de la tarde a las 6 de la mañana, con la advertencia de que peatón sorprendido en la calle, a la cárcel y a pagar multa pesada en el tiempo del COVID y la recesión, que tantos negocios, comercios y empresas quebradas ha dejado y con el desempleo galopando por todas latitudes como jinete del Apocalipsis.

LA GRAN NOTICIA EN TODOS LOS PUEBLOS

Los niños están muriendo. Los ancianos están muriendo. Las enfermeras y los médicos están muriendo. Los sacerdotes están muriendo.
Caray, hasta las mascotas de los niños están contagiadas.
Una novedad insólita, inverosímil, pero también dura y ruda, que la gran noticia en muchos años en pueblos de Veracruz es, sea, que todos los días están muriendo una, dos, tres, cuatro personas.
Nunca como hoy, las funerarias en el negocio más floreciente.
Y ni se diga, las funerarias con crematorios.
Incluso, las que carecen ya los instalaron para aumentar la oferta de servicios.
Desesperación total y absoluta cuando en Alvarado, la patrona del pueblo, la Virgen del Rosario, fue sacada a la calle en una caminata, una peregrinación, para pedirle que porfis, por favorcito, por misericordia y piedad, intervenga con Dios para frenar el COVID.
Fe… habremos de tener.
Pero al mismo tiempo, resulta innecesario meter a Dios con las plagas, pues en todo caso fue una venganza de Prometeo enviada a la tierra a través de Pandora, la mujer bellísima y subyugante, en su famosa caja.
Además, Dios, el Ser Superior de cada quien, está ocupado en otros menesteres más canijos.
Sólo queda ocuparse del desastre, con todo y que las tribus políticas han politizado el COVID.
Bastaría referir el caso del regreso a clases presenciales.
Por eso, nada rara y extraño sería considerar que luego de dieciocho meses con el COVID, cada persona, cada familia, tiene su coronavirus.
Y solo resta seguirse cuidando cada quien, en sus casas y desde sus casas, y, bueno, allá quienes audaces y temerarios se expongan y lo contraigan y hasta mueran, y que a nadie se le desea.

NUEVO SENTIDO DE LAS PLEGARIAS


El COVID es tan milagroso que, por ejemplo, ha cambiado el sentido de las plegarias religiosas.
Antes, las feligreses pedían porque les fuera mejor en la vida.
Ahora, primero, rezan y en cadena de oraciones, porque la pandemia se vaya.
Y segundo, porque todas ellas sobrevivan dado el reguero de cadáveres por todos lados.
Incluso, hoy más que nunca, en las oraciones dan gracias, muchísimas gracias a su Dios por los favores y las bendiciones recibidas.
Y no es para menos.
La más exitosa política económica ha sido destazada, hecha cachitos, por los estragos de la recesión.
Los famosos jinetes bíblicos del Apocalipsis más recrudecidos con el desempleo galopante, igual, igualito que como ha sucedido en todos los tiempos de la historia.
El tiempo de las vacas flacas, casi casi puros huesos, los huesos a flor de piel y a ras del suelo, lleva ya dieciocho meses.
Y lo peor, ninguna lucecita alumbra el largo y sinuoso viaje de la muerte, el infortunio y la tragedia.
Pero en Ayahualulco y Astacinga, Tuxpan y Tlacotalpan, Veracruz y Boca del Río, el festín de las almas, los corazones y los espíritus.
Total, siente, cree y percibe la sabiduría popular, “para morir… nacimos”.
Y si hemos de terminar en la tumba, entonces, que “nadie nos quite lo bailado”.
En su libro de cuentos, “El llano en llamas”, Juan Rulfo describe la historia de los cadáveres que sepultados en el panteón en las noches platican y se pitorrean y los fines de semana organizan insólitos bailongos.
En un cuento, dos comadritas acuerdan morir juntas para acompañarse al viaje sin retorno.
Entonces, porfis, que cada lector (si así lo considerara) elija una pareja para viajar juntos en el camino de la muerte epidemiológica.

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